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De todo recelan los villaverdinos; a nadie conceden su confianza; todo se lo temen de los extraños, tanto lo malo como lo bueno; nada les place; todo lo censuran; a nada se atreven por miedo a los demás; viven con el día y nunca piensan en lo venidero. De aquí que no prosperen ni adelanten; de aquí su mezquindad y su pobreza vergonzantes. Son una especie de cristianos fatalistas.

En 1876 la toma y ocupación de Joló por Malcampo concluyó con el más firme baluarte de la piratería, cuyos benéficos efectos se dejaron sentir en Mindanao, por ser éste el punto de donde recibían armas, municiones y cuanto necesitaban para sostener una resistencia tan prolongada como inútil: la hora de su destrucción había sonado, y ellos, fatalistas por temperamento y por religión, si por fanatismo no se entregan, el convencimiento de su impotencia los ha conducido á un extremo que tiene dos soluciones únicas y cuyo desenlace debemos acelerar: ó el exterminio por la guerra, que á más de ser inhumano y antipatriótico nos costaría mucha sangre y dinero, ó la atracción por medio de una bien entendida tolerancia político-religiosa: en este caso se necesita que en algunos puntos se trueque los fuertes en mezquitas, y la consignación cuantiosa de atracción y espionaje no se formalice en parte con haberes de astutos y pérfidos renegados, sino con la asignación fija señalada á sus panditas, puesto que rota la unidad política aquellas gentes no conservan otro lazo ni reconocen otra solidaridad que la religiosa, y ésta es en ellos fuerte é indestructible si no con la vida.

El viajero colombiano que recorre los caminos que cortan las Sierras españolas, no puede menos que sonreír con desden, al recordar que hay en Colombia perezosos fatalistas que creen que los Andes han condenado á la incomunicación á los pobladores de muchas comarcas montañosas del Nuevo Mundo.

Las oyentes la escuchaban con expresiones contradictorias. Unas creían realizable su ilusión. Otras, fatalistas y melancólicas, torcían el gesto. Sabían lo que podía alcanzarse en aquella tierra. Vivir nada más... y gracias. Al principio, una gloria rápida, y luego, la miseria: una miseria peor que la de Europa. ¡Cincuenta mil francos! dijo Berta . No es mucho.

Se enardecían un instante al recordar el peligro; luego volvían á mostrarse indiferentes y fatalistas. Si he de morir ahogado acababan diciendo , será inútil cuanto haga por evitarlo.