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Actualizado: 6 de junio de 2025
Iba á perecer descuartizado por aquellas manos invisibles que le oprimían como tenazas, tirando de sus miembros hasta hacerlos crujir. No dudó ya en emprender el viaje. Necesitaba ir á la tumba del desierto, no sólo para recobrar su tranquilidad; le era más urgente aún librarse del dolor y de la muerte.
Una voz me gritaba que no podía, marcharse así, que yo debía hablarle a toda costa. Pero ahogué valerosamente las palabras que me oprimían la garganta. Entonces nos dimos un último apretón de manos y nos separamos.
Su mano había tocado un objeto frío, metálico, que había cedido a la opresión, y en seguida oyó un chasquido y sintió dos golpes simultáneos en el brazo, que quedó preso entre unas tenazas inflexibles que oprimían la carne con fuerza. Con toda la que le dio el miedo sacudió el brazo para librarse de aquella prisión, mientras seguía gritando: ¡Petra! ¡luz! ¿quién está aquí?
Ave María, que Dios nos guarde respondieron los dos frailes que oprimían al barbero con toda su rotundidad monacal y que comprendieron, por sus movimientos bruscos y agitados que aquél buscaba su cuchillo . En nombre del Cielo, ¡no haga usted eso, hijo mío! ¿No comprende que sería un homicidio? Pero, padres míos, los homicidas son ustedes... ¿no comprenden que me están ahogando? ¡Por Cristo!
Con la sonrisa beatífica de los fumadores de opio, aceptaba la caricia turbadora de sus labios, el enroscamiento de sus brazos, que le oprimían como boas de marfil. ¡Ulises! ¡dueño mío!... Los minutos que me separo de ti me pesan como siglos. El, en cambio, había perdido la noción del tiempo. Los días se embrollaban en su memoria, y tenía que pedir ayuda para contar su paso.
Viejo, calvo y horriblemente descarnado, el tercer jinete saltaba sobre el cortante dorso del caballo negro. Sus piernas disecadas oprimían los flancos de la magra bestia. Con una mano enjuta mostraba la balanza, símbolo del alimento escaso, que iba á alcanzar el valor del oro. Las rodillas del cuarto jinete, agudas como espuelas, picaban los costados del caballo pálido.
Luchó valerosamente por desasirse chillando al mismo tiempo. ¿A mí me pegas tú, viejo gorrino? ¿A mí? ¿a mí? No logrando arrancar de sí las tenazas que la oprimían, le echó la mano a la cara y le clavó en ella las uñas. La lucha había hecho rodar algunos vasos.
Pronto conseguí separar las manos de mi enemigo, que me oprimían, y le abrumé a mojicones. Mas, de repente, vi brillar un arma en su mano, y casi al mismo tiempo sentí hacia la cadera como la impresión de un alfilerazo. Me arrojé de nuevo sobre él y le sujeté la mano en que tenía la navaja. ¡Cobarde, suelta esa navaja! le decía.
Así era el mundo y ella estaba sola». Miró a su cuerpo y le pareció tierra. «Era cómplice de los otros, también se escapaba en cuanto podía; se parecía más al mundo que a ella, era más del mundo que de ella». «Yo soy mi alma», dijo entre dientes, y soltando las sábanas que sus manos oprimían, resbaló en el lecho, y quedó supina mientras el muro de almohadas se desmoronaba.
Las tenazas no soltaron la presa; siguieron su movimiento y Ana sintió un peso, y oyó el estrépito de cristales que se quebraban en el pavimento al caer en compañía de otros objetos, resonantes al chocar con el piso. No se atrevía a coger con la otra mano las tenazas que la oprimían, y no se libraba de ellas aunque seguía sacudiendo el brazo.
Palabra del Dia
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