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Actualizado: 5 de junio de 2025
Sufre con resignación cuanto le proporciona su culpa, y ni se queja, ni se lamenta, ni se arrepiente. ¿Amará Angué? ¿Obedecerá su languidez á uno de esos tiernos sentimientos que llenan el alma? No. Las pasiones de Angué, como todas las de su raza son momentáneas; aman hasta el delirio, pero olvidan hasta la absoluta indiferencia.
Impetuosos, precipitados, no haciendo caso de las reflexiones de cuantos los oyen, sin mas guia que su torcida razon, llevados por su prurito de discurrir y hablar, arrastrados, por decirlo así, en la turbia corriente de sus propias ideas y palabras, se olvidan completamente del punto de partida, no advirtiendo que todo cuanto edifican es puramente fantástico, por carecer de cimiento.
En nada, en mi sentir, se señala más que en esto el espíritu femenino. Yo confieso que me quedo embobado oyendo referir a las mujeres sucesos, lances o conversaciones. No hay menudencia que echen en olvido. Y dijo éste... y relatan todo lo que dijo. Y contestó el otro... y no olvidan palabra de lo que contestó.
En esto hacen muy mal los hijos, dirá el uno. Los hombres se olvidan fácilmente de los beneficios recibidos, dirá el otro; quien alegará que los hijos á medida que adelantan en edad se hallan distraidos por mil atenciones diferentes; quien recordará que los nuevos afectos engendrados en sus ánimos á causa de la familia de que se hacen cabezas, disminuyen el que deben á sus padres: y cada cual andará señalando razones mas ó ménos adaptadas, mas ó ménos sólidas, pero ninguna que satisfaga del todo.
Ciertamente, responde D. Marcelino, pero en todo hay inconvenientes; mire V., el absolutismo proporciona quietud, pero ¿qué sé yo? tambien tiene sus cosas. A los hombres no conviene gobernarlos con palo; y al fin es necesario no olvidar la dignidad propia. ¿Pero la olvidan por ventura los que viven bajo un gobierno absoluto?
Decía él que abría el corazón por única vez al primero que quería oírle. Por la boca muere el pez, ya lo sé. No soy yo de los que olvidan que en boca cerrada no entran moscas; pero con usted no tengo inconveniente en ser explícito y franco, acaso por la primera vez en mi vida. Pues bien, oiga usted el secreto. Y lo decía. Hablaba en voz baja, con misterio.
Aquel panorama es de los que no se olvidan nunca. Al describirlo en masa, me parece que lo estoy viendo, con el ojo enardecido por un sol devorador, después de ocho meses trascurridos desde que visité á Gibraltar. A las cinco de la tarde nuestro vapor levó anclas haciendo rumbo hácia Cádiz.
Los hombres que profesan esta materia delicada, son generalmente avaros de su ciencia, pero algunas veces, en la mesa, se olvidan. Tal secreto que se guarda cuidadosamente al público, puede contarse confidencialmente cuando se tiene por auditorio a un magistrado, a un gran señor y a una linda dama cinco o seis veces millonaria. Con los criados no se cuenta: está convenido que no tienen oídos.
Hay, pues, que defenderle, porque aquel hombre es como la bandera en quien van vinculados el prestigio y la gloria y el dinero de todos. Entonces, frente á la batería, cara á cara con el público, el dulce y temible enemigo de los artistas, las pequeñas antipatías se olvidan: hay que vencer, aunque luego, ya en la intimidad y pasado el peligro, los rencores y los celos retoñen.
El viejo Cardenal aprobó con la cabeza las palabras del majo; pero la madre replicó con acento en que se traslucía aún la cólera: No creas que te entrego á mi hija de buena voluntad. Lo hago porque la conozco y sé que si la contrariase se enfermaría. Á mí no se me olvidan los desaires que la has hecho y si estuviese en su lugar puedes estar seguro de que no volverías ahora tan satisfecho á Cádiz.
Palabra del Dia
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