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Iban a hacerse el calzado con él hasta los señores de Bilbao y de Barcelona. Además, componía dramas. Aquella noche salí bastante preocupado del cafetín. Me acosté y tardé en dormirme. en la habitación de al lado un carraspeo seguido de un poderoso suspiro. Era la voz de don Guillén.

Ya la alegría de la abuela le parece sospechosa, y esta tarde, en la mesa, cuando pasó a mi lado para servir el postre, le murmurar sotto voce: Todos estos misterios huelen a casorio... Hice como que no comprendía. ¿Para qué? La imaginación de la abuela tiene alas y anticipa grandemente los acontecimientos.

13 y no la voz de los que me castigaban; y a los que me enseñaban no incliné mi oído! 14 Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación. 15 Bebe el agua de tu propia cisterna, y las corrientes de tu propio pozo. 17 Sean para ti solo, y no para los extraños contigo. 18 Será bendito tu manantial; y alégrate de la mujer de tu juventud.

¿Quién fué el arreglador de esta vieja canción que yo sonar en el último acto de Reinar después de morir, llorando la muerte de doña Inés de Castro? ¡El amor del pueblo ha hecho al rey galán y a la princesa del palacio de San Telmo los esenciales protagonistas de este poema eterno, que es como una oración ingenua del alma popular!

Ese pensamiento, que se despertó de pronto en mi cerebro, esparció en él una oleada de luz tal, que cerré los ojos como cegada. Y luego de nuevo gritar en : «¡Marta morirá y será tu deseo lo que la habrá muertoApreté los dientes y apoyándome en la pared me arrastré hasta el cuarto de la enferma.

Fué tal la sorpresa de la mujer, que apartó sus labios del licor, mirando á Robledo con ojos desmesuradamente abiertos. Desde que le hablar dijo tuve el presentimiento de que usted me conocía. Maquinalmente dejó la copa sobre la mesa. Luego se arrepintió, apresurándose á beberla de golpe. Pero ¿quién es usted?... ¿Quién eres?... ¿quién eres?

Mientras desvalijaban el último cajón de la cómoda de mi cuarto, se abrió la puerta de mi tío, y apareció don Sabas en el hueco. Noté que salía lloriqueando, y corrí hacia él temiendo que ya hubiera concluido todo allí; pero desde medio camino toser al enfermo, y esto me tranquilizó.

Jamás había visto el cielo tan diáfano ni el campo tan hermoso, jamás percibí tan grato el aroma de las flores ni más suave las notas del ruiseñor, jamás sentí mi cuerpo tan vigoroso y mi espíritu más lúcido. Pero ¡ay! el hombre es siempre un niño que persigue mariposas al borde de un abismo.

Sentí la diestra de Sarto sobre mi hombro y que decía, con turbada voz: ¡Por Dios vivo! Es usted más Elsberg que todos ellos. Pero yo he comido el pan del Rey y mi deber es servirle. ¡Iremos a Zenda! Le miré y tomé su mano. Ambos teníamos lágrimas en los ojos. Asaltábame una tentación terrible. Quería que Miguel, obligado a ello por , diese muerte al Rey.

Pocos momentos antes yo entre sueños las campanas de enfrente. «Estas buenas amigas, las campanas decía yo , no me van a dejar dormirPero quien no me ha dejado dormir era este hombre que llamaba a mi puerta dando grandes porrazos. »Me he levantado y he abierto. Y ¿sabes a quién me he encontrado? ¡A nuestro excelente amigo don Juan Férriz!