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Actualizado: 23 de julio de 2025


Reina en tu mundo, despreciaste el mío, y cuanto te ofrecí resultó en vano. ¡Poseedora del cetro cortesano, un hogar de virtud te causa frío! Pasa, pasa, mundana incorregible, que corres ciega tras el imposible placer que anhela tu alma pecadora... Yo he de verte, más tarde, envejecida, sollozar el recuerdo de tu vida sumida en tu vejez desoladora.

Al despedirme, me abrazó dicho General, y me suplicó intercediese mi respeto para que su amigo Arias les diese reduccion en aquel parage, y le persuadiese que esta mudanza no era veleidad de su parte, sino buscar para los suyos su mayor comodidad: que estuviese cierto de su constante amistad, y rogóme una y muchas veces fuese yo su cura. A una y otra súplica le ofrecí el .

Habían pasado algunas horas de una tortura aguda que se hacía más dolorosa a medida que me alejaba de ella. Mandé al conductor que volviese a Madrid. Luego, le ofrecí una recompensa por cada minuto que ganase. La silla de postas volaba. Yo me había propuesto apurar mi destino cediendo sin resistencia a los impulsos de mi corazón.

Después pidió que le prestaran un pañuelo, y como por casualidad me encontraba yo más cerca de él le ofrecí el mío. Tomolo en sus manos y extendiolo abierto en el suelo, desplegó sobre él un gran cuadro de seda, y sobre éste, de nuevo, un gran chal, que cubría casi todo el terreno libre.

"En resolución: con seis pescadores que quisieron seguirme, llevados del premio que les di y del que les ofrecí, abrazando a mis amigos, me embarqué, y puse la proa en #una# isla bárbara, de cuyos moradores sabía ya la costumbre y la falsa profecía que los tenía engañados, la cual no os refiero porque que la sabéis.

Es el tal casi hermoso, alto y rubio como un inglés y con su flema y su tiesura un poco altanera. Joven, rico y con bastante talento para deslumbrar, tiene con las mujeres todos los éxitos que puede desear y hasta algunos más. Lautrec, sin embargo, no tardó en despedirse, y yo me ofrecí el pobre desquite de hacer rabiar un poco a Luciana.

Aunque así sea. No iría nadie, o, mejor dicho, irían muchos; pero no a aprender el inglés, sino a hacerle a usted el amor. Ella quedó pensativa. ¿Y si me pusiera a coser y a hacer trajes para las señoras? ¿Pero sabe usted algo de eso? No, pero aprenderé. Quizá fuera práctico. Yo le ofrecí pagarle todo lo que necesitara, aunque dudaba mucho del éxito.

Habéis abofeteado á un hombre, ignoro con qué motivo: ese hombre os ha pedido que le desagraviéis riñendo con él, y vos habéis aceptado; yo era el único hombre de espada que estaba presente, y me ofrecí... Y yo he aceptado... gracias dijo seca y brevemente Juan Montiño.

Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que viesen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad.

Bonis, con repugnancia por hablar de tales asuntos allí, en el templo, pero compadecido hasta el fondo del alma, y, por otra parte, dispuesto a no abdicar de su dignidad de padre de familia sin mancha, tapujos ni relajamientos de costumbres, dijo con voz que procuró hacer cariñosa al par que firme, y que le salió temblona, balbuciente y débil: Serafina..., yo a ti te debo toda la verdad.... Yo, en adelante, quiero vivir para mi hijo.... Nuestros amores... eran ilícitos.... Debo a Dios un gran bien, una gracia...: el tener un hijo.... Ofrecí el sacrificio de mis pasiones por la felicidad de Antonio.... Además, estoy arruinado.... En el terreno de los intereses materiales... haré por ti... lo que pueda...; ¡ya se ve!... Con ese D. Carlos, que es un judío... ya me entenderé yo.... Pero estoy arruinado.... La voz..., tu voz... volverá...

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