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Actualizado: 19 de junio de 2025


¿Ni vuestro hermano? No le tengo. ¿Ni vuestro amante? Nunca le he tenido. ¡Ah! ¿Qué os sucede? Quisiera saber quién os sigue. No volváis la cara, que sin que la volváis os sobrará acaso tiempo de saberlo. Pero si no es asunto vuestro... ¿Sabéis que sois muy curioso, caballero? ¡Ah!, perdonad: me callaré. No, hablad; hablad. Pero si mis palabras os ofenden... Habladme de lo que queráis.

Pero, hombre, ¡si eso salta a la vista!... ¡Miren ustedes qué boca! ¡miren, por Dios, qué caída de ojos!... ¡miren qué nacimiento de pelo! Y quiso de nuevo tocarle la cara; pero Manuel Antonio lo rechazó con ímpetu dándole un fuerte empujón. ¡Caramba, qué severo está hoy Manuel Antonio! dijo el conde de Onís. No importa repuso Paco Gómez dejando escapar un suspiro. Manos blancas no ofenden.

Las cosas deshonestas, sucias y asquerosas, y todas las que oyéndose ofenden los oidos, y desazonan por lo que tienen de feo y de inhonesto, si se explican con sus términos propios se entienden bien, pero irritan y conmueven mucho; porque junto con la nocion que los vocablos representan, se excita en el ánimo el disgusto y aversion molesta, con que se miran tales cosas: por donde es mejor entonces valerse de voces metafóricas, que con rodeos é imágenes mas agradables hagan entender lo que se quiere decir, sin agitacion ni molestia del que oye.

Esta costumbre o abuso la hallé establecida, y se practicaba en el tiempo de los jesuitas; y aunque desde luego me repugnó y lo di a entender, como se me encargó siguiera en todo el método de mi antecesor, y vi que así en los pueblos del inmediato mando del gobernador como en los demás tenientazgos se practicaba lo mismo, no tuve por conveniente el hacer yo novedad en una cosa en que tienen imbuidos a los indios, que hacen un grande obsequio al santo de aquel día en repartir parte de sus bienes entre quienes no lo necesitan, y sería mejor los repartieran a los necesitados, y se ofenden si alguno rehúsa el recibir su regalo; en fin, ello va así hasta que Dios provea de remedio.

Luego que acabara de leer los malhadados versos, guardó el cartapacio, descolgó de la nariz los anteojos, y envainando la espada, hizo otra profunda reverencia y salió del salón seguido de los suyos. ¡Señores, que es verdad lo que digo! Me ofenden esas muestras de incredulidad de los que me escuchan.

Alabanse los buenos, y se ofenden Los malos con su voz, y destos tales Unos la adoran, otros no la entienden. Son sus obras heroicas inmortales, Las liricas suaves, de manera Que vuelven en divinas las mortales. Si alguna vez se muestra lisongera, Es con tanta elegancia y artificio, Que no castigo, sino premio espera.

¡Señor de Avrigny! decía el joven, aturdido por las palabras de su antiguo tutor. ¡Qué es eso! repuso el padre de Magdalena con acento más tranquilo, pero más mordaz todavía. Te ofenden mis reproches porque son justos, ¿no es cierto? Pues no tendrás más remedio que habituarte a ellos si sigues llevando esa vida ociosa, o renunciar a tratarte con un tutor regañón y descontentadizo.

Si huyó de ofender a nadie, son pálidos sus escritos, no hay chiste en ellos ni originalidad; si observó bien, si hizo resaltar los colores, y si logra sacar a los labios de su lector tal cual picante sonrisa, «es un payaso», exclaman, como si el toque del escribir consistiera en escribir serio; si le ofenden los vicios, si rebosa en sus renglones la indignación contra los necios, si los malos escritores le merecen tal cual varapalo, «es un hombre feroz, a nadie perdona. ¡Jesús, qué entrañas! ¡Habrá pícaro que no quiere que escribamos disparates!» ¿Dibujó un carácter, y tomó para ello toques de este y de aquel, formando su bello ideal de las calidades de todos? ¡Qué picarillo, gritan, cómo ha puesto a don Fulano! ¿Pintó un avaro como hay ciento?

Perdón, perdón, María, si estas palabras que rebosan de mi corazón ofenden la inocencia de vuestros sentimientos, tan puros como vuestra voz. También he padecido yo cuando padecíais vos. Ya veis repuso ella bostezando que no ha sido cosa de cuidado. ¿Queréis, María le preguntó el duque , que os lea los versos? Bien respondió fríamente María. El duque leyó una linda composición.

Con el elefante no hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la dignidad, o le ofenden la mujer o el hijo, o el viejo, o el compañero, sacude la trompa como un azote, y de un latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un poste en astillas, o deja un árbol temblando.

Palabra del Dia

vorsado

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