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Actualizado: 9 de junio de 2025


Dámelo... lo tocaré yo... flin flan... ¡Ay!, no qué tiene esto... ¡da un gusto oírlo! Parece que alegra toda la casa. Y salió tocando por los pasillos y diciendo a Jacinta: «Bonito juguete... ¿verdad? Ponte la mantilla, que ahora mismo vamos a llevárselo, flin flan...». Final, que viene a ser principio i Quien manda, manda.

Cuando concluyó, dándonos las gracias por haber ido a oírlo bajo aquella temperatura, lo que constituía un acto de verdadera virtud, cuando se disipó la triple salva de nutridos aplausos y me encontré en la calle tenía todavía en el oído la voz jocosa y en los ojos las ondulaciones tumultuosas de aquel vientre que se agitaba con el último soplo de la risa, gala del cura de Meudon, más franca y comunicativa que el inextinguible reír de los dioses de Homero.

¿Qué estás diciendo? Lo que oyes. Ya lo sabía; pero a me hacía falta oírlo de tus propios labios. Pues no lo oirás. Ya lo he oído. Por Dios, disimula. Ahora, Gabriel, alza la vista y di: «¡Qué terrible grieta se ha abierto en el techo!». ¿Con que no te quiero yo? ¿Sabes que no lo había advertido? Y en tanto tiempo ¿qué has hecho ? ¿Has estado en el sitio de Zaragoza?

Al oirlo me arrodillé á sus pies, rogándole que me dejase obtener tan grande gracia prestándome su hábito, á lo que se avino después de muchas súplicas y de entregarle yo doce sueldos para dorar la imagen del bendito San Lorenzo.

La Bonnetable, al oírlo, dio tal salto, que su silla produjo un horrible gemido y dio ocasión a la abuela para variar de conversación hablando de la poca solidez de los muebles modernos. Mientras tanto, Petra y Paulina hablaron mucho de la próxima fiesta del general.

Arias tiene voz clara y pura, tenaz memoria y acción animada, y cualquiera cosa que dice, parece que las Gracias le acompañan en cada palabra y Apolo en cada movimiento de sus manos. Acudían á oirlo los más sobresalientes oradores para perfeccionarse en la elocución y acción. Declamaba, cantaba, tañía instrumentos músicos, bailaba, haciéndolo todo con alabanzas y aplausos.

Cada cuadro de la Ilíada es una escena como ésas. Cuando los reyes miedosos dejan solo a Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va a llorar a la orilla del mar, donde están desde hace diez años los barcos de los cien mil griegos que atacan a Troya: y la diosa Tetis sale a oírlo, como una bruma que se va levantando de las olas.

No le repugnaba a Aarón lucir sus talentos, aun delante de un ogro, siempre que se sintiera en seguridad. Por lo tanto, después de algunos ademanes de falsa vergüenza, consistentes principalmente en restregarse los ojos con las manos y en mirar a Marner por entre los dedos para ver si éste deseaba ardientemente oírlo cantar, se dejó al fin poner erguida la cabeza.

A fuerza de oírlo repetir, Petra lo cree y espera con serena convicción la hora encantadora y deseada en que la renta de sus veinte mil pesos de dote, o sean seiscientos pesos, le atraerán algún millonario por marido. Los señores de Brenay desean el millón, como es de suponer, y Petra, hija respetuosa, comparte enteramente las opiniones de sus padres.

Don Fernando, al oirlo, le concede al punto la libertad, y Muley se aleja de su lado lleno de alegría, y dando las gracias á su generoso adversario; escena sublime, propia de aquella caballería romántica de las guerras civiles de Granada, y hasta en sus palabras se nota cierto colorido semejante al de los romances moriscos.

Palabra del Dia

rigoleto

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