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No reconociendo igualdad más que en Luna, sólo a él dirigía su palabra, como si los demás no tuvieran otro deber que escucharle en silencio. Si alguno hablaba, fingía no oírlo y seguía dirigiéndose a Gabriel.

Cuando lo supe lancé un grito de indignación, y corrí en busca suya queriendo oírlo todo de sus labios. »¿Quiere usted excitar de nuevo la cólera del señor Duque, que, gracias al Cielo, ha pasado ya? dijo Carlos, sonriendo con tristeza. » Carlos le dije: ¿qué podré hacer para recompensarle el servicio que acaba de hacerme? »¡Usted, señora! ¡No estoy suficientemente recompensado!...

Vergüenza es lo que á te falta gruñe, al oirlo, la vieja. Y sábete que tengo sal, pero que no te la quiero dar. Ya me lo figuro, porque siempre fué usté lo mismo. Por eso te he quitao el hambre más de cuatro veces, ¡ingratona, desalmada!

»Al oírlo se estremeció Magdalena y palideció densamente. Miré al doctor, y viendo que tenía una mano de ella entre las suyas comprendí que aquella sensación no debía haber pasado para él inadvertida. »Al otro día debía Magdalena bajar al jardín para disfrutar allí, entre las flores, el aire y los aromas que con tanto afán apetecía en los días, anteriores.

Nada mas curioso y romántico que un concierto nocturno de ese coloso de plomo. Todos los viajeros y curiosos que quieren oirlo compran sus billetes para cierta hora, de modo que la catedral se convierte en una sala de concierto.

El Conde participa á su compañero el contenido de la carta que recibe; Roselo se conmueve naturalmente al oirlo; cree que Julia le es infiel, y en un lastimero monólogo se abandona al dolor y á la desesperación; pero luego prosigue su camino hacia Ferrara, y decide vengarse de su desleal esposa casándose con otra. Jornada tercera.

Con arreglo al testimonio de un viajero muy instruído , confirmado por nuestra propia experiencia, españoles sin instrucción alguna, siguen los complicados hilos del desarrollo de un drama en los teatros, con tal atención, que les basta oirlo una sola vez para hallarse en estado de contar en seguida todo su argumento, sin omitir circunstancia alguna esencial, mientras que extranjeros instruídos, y que dominan completamente el idioma, no pueden ni comprender siquiera el conjunto de la acción de tales comedias, si sólo asisten una vez al teatro para verlas.

Así estuvimos un año en la ciudad de la Asumpcion, sin saber de nuestra gente otra cosa que lo referido, y lo que los Cários contaban al capitan Irala, y ser pública fama que los Payaguás y Naperús le habian muerto. Mas para asegurarnos, queriamos oirlo de la boca de alguno de los Payaguás. CABEZA DE VACA, cap. 4, fol. 4.

¿Y este niño es de usted? preguntó uno de los visitantes. No, señor, yo no he tenido nunca hijos; este muchacho es un sobrino de mi marido, hijo de Tomás, que murió hace tiempo. ¿Qué Tomás? preguntó a media voz el interpelante a don Narciso, sin que mi tía pudiese oírlo. Don Tomás Rolaz, hermano de don Ramón, aquel empleado de la contaduría... ¿no se acuerda usted, hombre?

Debo advertir que éste es el tratamiento que se da, entre la gente del pueblo de este país, por los yernos y nueras, á las suegras. ¿Tiene un grano de sal para freir unas bogas? No tengo sal. Vergüenza es lo que á ti te falta, gruñe, al oirlo, la vieja. Y sábete que tengo sal, pero que no te la quiero dar. Ya me lo figuro, porque siempre fué usté lo mismo.