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En el misterioso archivo de la memoria recorre el eco de la campana todas las más sublimes páginas; páginas que á la voz de los recuerdos llegan al santuario del alma, evocando realidades del ayer y creando fantasmas para el mañana. El toque de la muerte del día siempre me parece nuevo, siempre creo oírlo por primera vez.

¿Debe ser aquí dijo mi tío, no, Alejandro? , señor, aquí es repuso Alejandro. Mi tío, a quien ya se habían acercado el hombre y la mujer, seguidos de los niños, que nos miraban curiosamente, les hacía no qué encargo doméstico que Blanca le había encomendado para ellos, y la mujer parecía oírlo con cierta duda y extrañeza.

Hablaban del colegio, que había dado su examen en aquella semana, y dejaba a Sol libre durante dos meses: y a Sol no le gustaba mucho enseñar, no, «pero me gusta: ¿no ves que así no pasa mamá apuros? ¡Mamá!». Y Sol contaba a Lucía, sin ver que a esta al oírlo se le arrugaba el ceño, cómo inquietaban a doña Andrea los cuidados de Pedro Real, de que no hablaba la señora, porque la niña no se fijase más en él; pero ella no, ella no pensaba en eso.

¿Le gusta a usted? preguntó dilatando su boca para sonreír de tal modo que dejó estupefactos a los circunstantes a pesar de hallarse acostumbrados a los prodigios que la naturaleza solía obrar en su fisonomía. ¡Muchísimo! Es precioso... precioso... ¿Quiere usted oírlo otra vez? ¡Ya lo creo! Pues lo tocaré, lo tocaré, Presentacioncita dijo el artista lleno de condescendencia, rebosando de orgullo.

Octavio, á modo de un goloso que, ahito y empachado por los confites, todavía, antes de retirar el plato, lleva las manos á él y se obstina en comer más, preguntaba á la niña blonda con acento melifluo: ¿Me quieres mucho? ¡Pero, hombre, qué matraca eres! ¡Cuántos millones de veces lo habrás oído en tu vida! Es que, vida mía, necesito oirlo hoy otra vez. Nunca lo he necesitado tanto como ahora.

Al verlo y al oirlo, la sangre se cuaja en el cuerpo, y los pelos se ponen de punta; arma usté los remos, isa una miaja de trapo pa ver de correr por delante; y, ¡tiña!, antes que se la primer estropá, ya está aquello encima. ¿Á qué llama usté aquello?

Pero mamá dijo Amparo , si esto que cantaba es el Aria de las joyas. Muy bonita.... Pues fuera el aria. Canta algo más alegre. Eso de El dúo de la Africana, que gustó tanto en casa de «las magistradas». Bueno exclamó Concha con rudeza . Ahora El dúo. Una cosa que están cansados de tocar todos los organillos. Pues señora, eso. Tu tío no va al teatro, y tendrá gusto en oírlo.

Caballeros dijo al oírlo don Claudio, levantándose de golpe y andando hacia la puerta : aquí sobra uno, y ese soy yo. ¡Pero, don Claudio!... exclamaba Nieves, riéndose del arranque de su amigo.

No bien hubo percibido aquel rostro delgado y aquella ligera deformidad de la figura, estrechó á la niña contra el pecho, con tan convulsiva fuerza, que la pobre criaturita dió otro grito de dolor. Pero la madre no pareció oirlo. Desde que llegó á la plaza del mercado, y algún tiempo antes que ella le hubiera visto, aquel desconocido había fijado sus miradas en Ester.