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Actualizado: 9 de julio de 2025
Manolito se encrespó terriblemente al oirlo; sus ojos llamearon siniestramente; se dirigió frenético, agitando los puños, hacia Pepe, que se volvió hacia él y dió un paso atrás preparándose a rechazarle. ¡Eso que me has dicho es una porquería! ¡Es una infamia que merece una estocada o un tiro! Es una cobardía porque estás en tu casa....
¡Cómo! Hay quien lo sabe, y quien lo murmura... lo que hoy es un rumor sordo, será mañana un estruendo, y un estruendo tal, que no podrá menos de oírlo el rey... ¡si para entonces estáis desprevenido!... Pero yo no he pensado... yo no he hecho...
¡A mí ¿Qué me han de hacer á mí? ¡Ay de ellos! murmuró con ahogado furor. Tened cuidado con la puerta os repito. Y después, como hablando consigo mismo, dijo en voz baja: Sí es preciso tomar una determinación ... buena determinación. Clara pudo oírlo, y pensó en la cómoda, en el traje, en las flores, en el cuchillo y en la determinación, en aquella maldita determinación que no conocía.
Diera yo por callarlo, por ocultártelo, los días que me quedan de vida. Ya comprenderás que no podía ser... Mi cariño me ordena que hable. PANTOJA. He dicho que Lázaro Yuste fue... No quiero, no quiero oírlo. PANTOJA. Tenía entonces tu madre la edad que tú tienes ahora: diez y ocho años... No creo... Nada creo. PANTOJA. Era una joven encantadora...
Yo no iré, sin embargo, en ciertas cosas, tan lejos como va ella; pero estamos enteramente conformes en cuanto a lo principal, que es muy grave; tanto, que necesitas conocerlo, y lo vas a conocer sin tardanza, por mucho que te duela oírlo y a mí me aflija el contártelo.
Los demás fueron destinados al remo en las galeras; y como al oirlo se dejara vencer de la pena un Capitán, díjole D. Alvaro: «Llore quien se ha perdido mal, que yo como hombre me perdí .»
Cuando subía la escalera de su casa, se iniciaba en la conciencia de la joven una reprobación clara de lo que había hecho. «...Hubiera sido mucho mejor pensó deteniendo el paso y tardando un minuto de escalón a escalón , decirle aquello de yo soy Fortunata, con calma, reparando bien qué cara ponía ella al oírlo, y luego quedarme tan fresca, esperando a ver por qué registro salía, o echarle tres o cuatro chinitas, diciéndole que yo también soy honrada, claro, y que su marido es un tunante... a ver por dónde la tomaba».
Llevóle sin tardanza Candido al pajar del anabautista, le dió un mendrugo de pan; y quando hubo cobrado aliento Panglós, le preguntó: ¿Qué es de Cunegunda? Es muerta, respondió el otro. Desmayóse Candido al oirlo, y su amigo le volvió á la vida con un poco de vinagre malo que encontró acaso en el pajar. Abrió Candido los ojos, y exclamó: ¡Cunegunda muerta!
Pensaba que para eso había venido y jamás ocasión más propicia se me presentaría. Estábamos solos, la casualidad nos colocaba exactamente en la situación que tenía elegida. La mitad de la confesión estaba ya hecha. Uno y otra alcanzábamos un grado de emoción que nos colocaba en aptitud de atreverme mucho a mí y de oírlo todo a ella.
Esto lo dijo Leto preparándose a jugar por la baranda de arriba; y al oírlo Maravillas, le soltó desde enfrente una sonrisita de las más acentuadas de las suyas. Leto la pescó en el aire, y casi se sintió mortificado; pero estaba más atento que a esas cosas, a la jugada que acababa de prepararle un descuido de su contrario.
Palabra del Dia
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