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Actualizado: 26 de julio de 2025


Serafina me ama, me ama; estoy seguro; llora de placer en mis brazos, no hay fingimiento, no; en la escena no sabe hacerlo tan bien; me quiere de veras, le gusto, le gusto como físico y como moral, digámoslo así. ¿Y dónde cabría mayor gloria que gustarle a ella, a la mujer soñada, a la que él amaba como amante y madre y musa en una pieza?

He sido el primero en apreciar y elogiar las suyas, pero no puedo hacer el mismo caso de una obra realmente literaria escrita con la frescura de una imaginación juvenil que de un ataque injustificado y violento inspirado por la musa del tedio y fraguado por la de la hipocondría. ¿Ese juicio tan severo no estará inspirado ahora por la del despecho?

Porque una revolución no es otra cosa que una poesía diabólica, para producir, la cual es necesario que a todo un pueblo se le calienten los cascos. ¿Quién fue, pues, la musa que inspiró al pueblo de Madrid aquella sinfonía infernal de los tres días y aquel poema berroqueño en quince cantos de las barricadas? Fue la libertad.

En efecto, la musa de Salinas no fué dada á asuntos graves y de elevación, luciendo principalmente en epigramas y composiciones ligeras, algunas de las cuales tienen títulos como estos: A un clérigo que no quiso prestar al doctor las mulas y era muy puerco. A un fraile viejo, mentiroso y falto de dientes. A una dama que fingiendo descuido enseñó las ligas al doctor, etc.

La alegre embriaguez de Maltrana hacíale contemplar a Feli con ojos amorosos. ¡Qué hermosa la veía en el desorden del sueño, con el pelo alborotado y las mejillas sonrosadas, mostrando su pecho de suave palidez de camelia por entre las modestas puntillas de la camisa, cruzando tras la cabeza el marfil de sus redondos brazos! Era la musa de la juventud.

Va Musa segun se le ordena á casa de Ibn Bashír, y manda al propio tiempo Al-hakem á uno de los eslavos de su guardia que sin ser visto espíe á Musa, y le cuenta de lo que ocurra entre su caballerizo y el Cadí.

Así es que, impresionado por unos poemas que describían el efecto de las costumbres de California sobre un alma sensible y las vagas aspiraciones al infinito de un pecho generoso a la vista del cuadro desconsolador de la sociedad californiana, decidió buscar a la ignorada musa.

Aquel mismo año en que Fortunato lo había hecho tan mal, en concepto de los señores magistrados, se lució en su sermón de viernes el sinuoso Arcediano. Ya lo anunciaba él muchos días antes. «Señores, no llamarse a engaño; a hay que leerme entre líneas; yo no hablo para criadas y soldados; hablo para un público que sepa... eso, leer entre líneas». La musa de Glocester era la ironía.

, viajero, prosigue tu senda, extranjero en tu propio país; deja a otros que canten amores; los otros que gocen; vuelve a partir. , viajero, no vuelvas el rostro, que no hay llanto que siga al adiós; , viajero, y ahoga tus penas; que el mundo se burla de ajeno dolor. Ya no se invoca la musa; pasó de moda la lira; ya ningún poeta la usa... Aún la juventud ilusa en otras cosas se inspira.

»Item, que al poeta que hiciere poema heroico no se le de plazo más que un año y medio, y que lo que más tardare se entienda que es falta de la musa; que a los poetas satíricos no se les lugar en las academias, y se tengan por poetas bandidos y fuera del gremio de la poesía noble, y que se pregonen las tallas de sus consonantes, como de hombres facinerosos a la república.

Palabra del Dia

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