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Actualizado: 22 de junio de 2025


Era una mujer hermosa en la vejez, como la Santa Ana de Murillo; y su belleza respetable habría sido perfecta, y la comparación con la madre de la Virgen exacta, si mi ama hubiera sido muda como una pintura. D. Alonso, algo acobardado, como de costumbre, siempre que la oía, le contestó: «Necesito ir, Paquita.

Pero faltó el poeta, y sobró en la hambre, tanto, que determiné dejar al morisco y entrarme en la ciudad a buscar ventura, que la halla el que se muda. Al entrar de la ciudad vi que salía del famoso monasterio de San Jerónimo, mi poeta, que, como me vio, se vino a con los brazos abiertos, y yo me fuí a él con nuevas muestras de regocijo por haberle hallado.

Tras de lo cual, el pesimista abrió un cajón de su mesa-escritorio, y sacó un objeto reluciente y prolongado, que reconoció con el mayor esmero.... Estaba absorto en su ocupación, cuando sintió que le asían del brazo con fuerza convulsiva, y vio ante a una mujer pálida, más pálida que él, ardientes y fijos los ojos como dos carbones encendidos, abierta la boca para hablar... pero muda, muda.

»Empero la vida, sin llegar á su disolución suprema, muda sin cesar, trasuda de cuanto no la hace falta. Entre nosotros, animales terrestres, la epidermis pierde incesantemente.

La imaginación de Febrer fue viendo en ellas dos agujeros negros y espantables, un triángulo lóbrego semejante al que deja la nariz desaparecida en la faz de los muertos, y más abajo un desgarrón inmenso, trágico, igual a la risa muda de una boca sin labios y sin dientes.

Parecía como si le hubiesen aliviado de la carga que le abrumaba. Sintió suavizarse la honda melancolía que le había oprimido todo el camino, y corrió por su ser una dulce inexplicable vibración de bienestar. Después de interrogar a la naturaleza muda, después de consultar a la teología decrépita, el soplo de Jesús había pasado al fin por su alma y la había refrescado.

Aquel «conque» era la muletilla de las señoritas Castro Pérez, y en Villaverde cuando de ellas se hablaba, todos decían «las niñas Castro Conque». ¿De qué se ríe usted? preguntó contrariada la rubia. De nada. Son ustedes muy maliciosas.... ¡Conque de casa! volvió a decir. No sabíamos que vivía usted allí, en el ¡«pa... la... cio» de la marquesita! ¿Por qué no avisa usted cuando muda de casa?

Ni el deshonor, ni el matrimonio la han curado de esta manía. ¿No te parece a ti que es manía? A Jacinta le acudieron tantas ideas a la mente, que no sabía con cuál quedarse, y estaba perpleja y muda.

Pues yo quisiera hablar con él, por ver si quiere tomarme... Le tomará a usted medidas. Eso dice... ¿Qué? Que está furioso... Loco perdido. A por poco me mata esta mañana de la tirria que me tiene. En fin, el disloque. Se muda de Santa Casilda... Se va a las Cambroneras. Le ha dado la tarantaina, y baila sobre un pie solo».

¡El vértigo! luégo nada; insensible, muda, inerte, un letargo que á la muerte se pudiera comparar, la domina, y cuando vuelve en , con asombro toca un dentellon de la roca, á donde la echó la mar. El sol brilla en el Oriente, y la azul onda serena se rompe en la blanca arena con dulce cadente són; y graznan las gaviotas, sus blancas alas mojando, la abrupta base rozando del solitario peñon.

Palabra del Dia

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