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Actualizado: 18 de julio de 2025
Y con un instinto de ser superior nacido para el mando y que sabe imponer la obediencia, comenzó á dar órdenes á todas las mujeres, que rivalizaban por servir á la familia antes odiada. Ella iría á la ciudad con dos compañeras, para comprar la mortaja y el ataúd; otras fueron al pueblo ó se esparcieron por las barracas inmediatas, buscando los objetos encargados por Pepeta.
Eran viejas con mantilla y los pies descalzos; mozuelas vistiendo trajes blancos que habían sido destinados a servirlas de mortaja; mujeres que caminaban trabajosamente, como si arrastrasen sus vientres hinchados por ocultos y dolorosos desarreglos; todo un batallón de humanidad doliente escapada de la muerte por bondad del Señor del Gran Poder y su Santísima Madre, caminando detrás de sus imágenes para cumplir una promesa.
Oprimía el cuerpecillo frío contra su pecho con arrebatos de estéril pasión, introducía en la mortaja los rígidos bracitos con escrupuloso cuidado, como fragmentos de vidrio que podían quebrarse al menor golpe, y besaba sus pies de hielo antes de acoplarlos á tirones en las sandalias.
Era la del alba, cuando Rodil en persona ponía bajo sombra, en la casamata del castillo, una docena de sospechosos, y a la vez mandaba fusilar al fraile y a la monja, dándoles el hábito por mortaja.
Había en él cierta desenvoltura profana que delataba al artista sepultado en los hábitos sacerdotales, ansioso por volar fuera de ellos, abandonándolos a sus pies como una mortaja. Llegaron a la habitación, como truenos lejanos, algunas campanadas graves que conmovieron el claustro. Tío, que llaman a coro dijo el Tato . Ya debíamos estar en la-catedral. Son casi las ocho.
Eran como una mortaja que se dilataba, ondulante y pesadísima, hasta tocar el fondo. Su desesperación le hizo levantar los ojos y mirar las estrellas... ¡Tan altas!... ¡Poder agarrarse á una de ellas así como sus manos se agarraban al madero!... Creyó despertar al mismo tiempo que hacía instintivamente un movimiento de repulsión. Su cabeza se había hundido en el agua sin que él lo sintiese.
La desesperación de D. Carlos de Atienza llegó á su colmo. Con no poca amargura echaba la culpa de todo al Comendador. Para esto decía me obligó V. á que me ausentase. En esto han parado las promesas de arreglarlo todo en menos de un mes: en que Clara se me esté muriendo, y en que además haya dejado de amarme y quiera ser monja; en que acabe por tomar el velo... y luego la mortaja.
Sin embargo, era de imaginar que la dulce Nancy sentiría más vivamente que él todavía la negativa de un bien con que se había contado, entregándose a las esperanzas diversas y a los preparativos a la vez solemnes, graciosos y fútiles de una mujer afectuosa cuando espera que va a ser madre. ¿No había acaso un cajón relleno de objetos trabajo delicado de sus manos que no habían sido nunca usados ni tocados, exactamente en el mismo orden en que ella los había colocado catorce años antes, exactamente, salvo que faltaba un vestidito, con el que se había hecho la mortaja?
Pero comprendí que estos amigos y estas amantes no merecían ni aun los honores de la farsa. Acabé por hastiarme y pensé en el suicidio. El hastío es la modorra del espíritu, su condensación, su no hay más allá; su mortaja, su ataúd, su pulvis es. Un hombre hastiado es un muerto que anda; un muerto que en vez de apestar a los vivos es apestado por ellos. Me decidí por el suicidio.
No se lo digo a Juncal por vergüenza; pero veo cosas muy raras. La ropa que cuelgo me representa siempre hombres ahorcados, o difuntos que salen del ataúd con la mortaja puesta; no importa que mientras está el quinqué encendido, antes de acostarme, la arregle así o asá; al fin toma esas hechuras extravagantes aun no bien apago la luz y enciendo la lamparilla.
Palabra del Dia
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