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Tomó uno de ellos, y al ir a llenar los claros del impreso, se quedó pensativo, mordiendo el mango de la pluma, como poeta que no halla consonante. ¡Qué animalucho tan despreciable es el hombre! Cuando Cristeta le abrió los brazos no vaciló en poseerla, y ahora llevaba una eternidad pensando si habían de ser diez o veinte. ¡Ah, mujeres!

¿Qué ha de pasar? ¡Lo de siempre! repuso Mario de mal humor. ¿No lo ve usted? añadió fijándose en la puerta. Por detrás de los cristales se traslucía la silueta de una mujer. Al cabo de pocos instantes viose llegar de nuevo a Romadonga mordiendo el imprescindible cigarro y con el mismo paso tranquilo, dirigiendo miradas insolentes a las parroquianas.

Cinco minutos después paseaba yo por el bosque, presa de la más violenta agitación. ¡Ah, quiere salir con la suya! decíame mordiendo el pañuelo para ahogar los sollozos; ya verá cómo recibo a su Le Maltour. Quiero que en cuatro días desaparezca de mi vista. Mi tío no ve ni comprende nada. Me engañaba.

Bastante castigado estoy por los celos, por unos terribles celos que me han estado mordiendo el corazón, y me lo muerden todavía. ¡Celos! ¿De quién? ¿Me lo preguntas ? De lord Gray. has perdido el juicio dijo con precipitación y atropellándose en sus labios frases rápidas y confusas . ¡

Entonces la contrariada mujer, mordiéndose los labios de coraje, fijó maquinalmente su airada vista en los tres hijos que estaban á su lado, y dió un sopapo á cada uno. ¡Largo de aquí! les dijo con furor; y si queréis comer, dir á ganarlo. Después, excitada por la pelea y aturdida con el aguardiente que había bebido, se tendió en el suelo, mordiendo el polvo y mesándose las greñas.

Una calma aparente reinaba en la casona, porque Narcisa, sabiendo que le era imposible contrarrestar la influencia que Fernando ejercía en su madre, se contentaba con zaherirlos a los dos a cierta distancia del marino, apagando la voz y mordiendo las desesperaciones de su envidia. El fracaso de sus tentativas conquistadoras cerca de Salvador la tenía frenética.

A pesar de los años que llevaba manejando dinero, nunca le tocaba pagar una cantidad crecida que no le temblasen un poco las manos. Ahora estaba nervioso, atento, mordiendo crispadamente el cigarro y sin escupir. Tenía las fauces resecas. En varias ocasiones llamó la atención al empleado creyendo que pasaba dos billetes en vez de uno; pero se equivocó en todas.

El señor duque maldita la gana que tenía de cantar ni aun escuchar sus regocijados trinos. Pasó de largo con el semblante torvo, sin responder a los saludos de los jardineros y del portero, mordiendo con más ensañamiento que nunca su enorme cigarro. En la calle no tardó en colorearse un poco su rostro. Tuvo un encuentro agradable y útil.

Antonia bajó al jardín. Allí encontró a Amaury sentado en el mismo banco en que había dado a Magdalena el último beso que fue la causa de su muerte y mordiendo desesperado el pañuelo como queriendo impedir que se escapasen de su pecho los sollozos que le ahogaban. Amaury dijo la joven tendiéndole la mano que él, emocionado, estrechó en silencio nos da usted mucha pena a mi tío y a .

Cuando se cercioró de que era una realidad, de que había sido un vil delator, de que corría peligro la vida del ser que más amaba, entregóse á una violenta desesperación, mordiendo la ropa del lecho y prodigándose con furia epítetos á cual más injurioso. La imaginación le hizo ver la muerte próxima de la condesa.