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Jamás cometí esa reprobable fullería: antes por el contrario, en casos tales confieso paladinamente que aquel lugar merece y pide explicación, y que, por malos de mis pecados, yo no acerté a dársela . Ya no es poco hacer morder el ajo a uno; pero hacerle morder el hajo es crueldad doblada, porque pica aún más la hache que el ajo mismo

Y si has pensao que porque está aquí el tu marido me he de morder yo la lengua y me he de amarrar las manos, te llevas chasco.... Mira, pa él y pa ti. Y la escanciadora del aguardiente, fingiendo una sonrisa de desprecio hasta alcanzarse las orejas con los extremos de su boca, escupió en medio del corro con la desenvoltura más provocativa.

Entonces ella se enfadaba, insistía, quería a todo trance coger carne. Al cabo, él aflojaba los músculos diciendo: Te dejo morder; pero a condición de que me hagas sangre. No, eso no respondía ella, expresando en la sonrisa anhelante el deseo de hacerlo. -, quiero que me hagas sangre; si no, no te dejo. La niña empezaba apretando poco a poco la carne de su marido. ¡Más! decía éste.

Un pazguato de Bulgaro de dos varas y tercia, viendo que habia yo perdido los sentidos con esta escena, se puso á violarme; con lo qual volví en , y empecé á morder, á arañar, y á querer sacar los ojos al Bulgarote, no sabiendo que era cosa de estilo quanto en la quinta de mi padre estaba pasando; pero me dió el belitre una cuchillada junto á la teta izquierda, que todavía me queda la señal.

Pues que tendremos torneo. ¡Bravo! . El arrogante Captal de Buch se ha empeñado en demostrarnos que él y otros cuatro caballeros gascones pueden hacer morder el polvo á los cinco mejores paladines ingleses de cuantos hay en Burdeos á la fecha.

Ni aquello ni lo que había seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente satisfechas hasta el hartazgo; esto era vergonzoso, más que por nada por el secreto, por la hipocresía, por la sombra en que había ido envuelto; ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentos del cerebro, la dicha presente; aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.

A pesar de estas fierezas, la coja la llevaba por delante con la misma calma con que se conduce a un perro que ladra mucho, pero que se sabe no ha de morder. A mitad de la escalera se volvió la harpía, y mirando con inflamados ojos a las monjas que en el corredor quedaban, les decía en un grito estridente: «¡Ladronas, más que ladronas!... ¡Grandísimas púas!...».

Así, a puro esfuerzo, entre flaquezas e impulsos, entre dentelladas y sonrisas, sin morder el mérito ajeno, caminando siempre del lado de los pobres, y sin andar de pedigüeño por entre bastidores y escaleras, se hizo hombre, ¡grande hombre!, el niño bondadoso del hogar infeliz, el sufrido presidiario de las canteras de Medina, el joven enfermizo y desterrado de la península ibera, nuestro José Martí....

Mirando atrás, vimos que las secas espigas ardían como yesca, inflamadas por algunos cartuchos caídos por allí, y sus terribles llamaradas nos freían de lejos la espalda. «O tomar la noria o morir», pensamos todos. Nos batíamos apoyados contra una hoguera, y la hambrienta llama, al morder con su diente insaciable en aquel pasto, extendía alguna de sus lenguas de fuego azotándonos la cara.

La gran mayoría de los transeúntes no amaban ni eran amados. ¡Y podían subsistir así!... El apenas si se acordaba de los tiempos recientes en que vivía como en el limbo, sin otras pasiones que leer, soltar paradojas y morder a los de arriba, no enterándose de que existían mujeres en el mundo y un sentimiento llamado amor.