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Actualizado: 18 de julio de 2025
...Ahí traigo un montón de cartas... Pues cuando llegamos al «Paso», a eso de las diez, en la esperanza de almorzar algo y esperar la caída del sol, salió a recibirnos Anastasio con su facha patibularia.
Había en aquella habitación algunas miniaturas de familia, un retrato suyo, de cuando era muy joven y tenía el rostro sonrosado y rodeado de bucles castaños; un retrato en el cual no había un rasgo fisonómico semejante a los del hombre de lo presente; algunos legajos rotulados en un montón de papeles y dos bibliotecas: una antigua, la otra enteramente moderna que manifestaba por la selección especial de libros, las predilecciones que de hecho aplicaba en su vida.
Cuando se procedía al reparto del botín, miraba indiferente las riquezas en montón, dejándolas para el Gran Maestre.
Las llamas fueron decreciendo poco á poco y presto no hubo allí más que un montón de cenizas. Me parece que es hora de ir aproximándonos á nuestro asilo dijo el licenciado Velasco de la Cueva. Tiene usted razón, D. Juan repuso don Marcelino; la noche se viene encima, y de aquí á Vegalora todavía hay un paseíto. Se pusieron todos en marcha hacia la casa.
Cerró la noche, y se acostó Memnon sobre un monton de paja, cerca de las paredes de su casa: entróle calentura, se aletargó con la fuerza de ella, y se le apareció en sueños un espíritu celestial; el qual era resplandeciente como el Sol, y tenia seis hermosas alas, pero sin piés, ni cabeza, ni cola, y no se parecia á cosa ninguna. ¿Quién eres? le dixo Memnon. Tu genio bueno, le respondió.
Mi corazón no olvidará jamás la tristeza y el espanto que le sobrecogieron cuando, a través de aquel terrible aparato y detrás de aquellos hombres odiosos cuya sola mirada me hacía estremecer, reconocí sobre un montón de paja negra a mi madre, pálida, desfigurada, moribunda.
El joven sacó el fósforo y se lo entregó encendido, con el mismo silencio. Volvió de nuevo la cabeza y siguió mirando fijamente el horizonte, mientras Clementina pegaba fuego al montón de cartas y las veía arder poco a poco. Tardaron algunos momentos en consumirse: necesitaba arreglar con sus manos enguantadas el montoncito para que el fuego no se apagase.
Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado á los oficiales. No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración de este momento, á pesar de que iban transcurridas cerca de dos horas. Después de separarse de los capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas de mil francos.
El tal vicario tenía la costumbre de coger su sueldo, cambiarlo en plata y dejarlo encima de la mesa formando un montón, no muy grande, porque el sueldo no era mucho, de duros y de pesetas.
Quiso llevarse de allí á su hijo inmediatamente y se desesperó porque no podía hacerlo. Lo trasladaría tan pronto como se lo permitiesen, erigiéndole un mausoleo igual á los de los reyes... ¿Y qué iba á conseguir con esto? Cambiaría de sitio un montón de huesos; pero su carne, su envoltura, todo lo que formaba el encanto de su persona, quedaría allí confundido con la tierra.
Palabra del Dia
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