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Actualizado: 18 de julio de 2025


Se anduvo 9 leguas por el rumbo del S cuarta SE: una legua al S de este puesto hallamos una toldería de indios sobre una loma llamada el Monton de Huesos, y al pié de una laguna algo grande.

Por tercera vez salió la llama del montón, próximo ya á convertirse en hoguera, y envolvió con una horrenda caricia la cabeza del zorro, el cual, tratando de huirla, principió á enroscarse, lanzando al mismo tiempo continuos chillidos.

¡Ni se le ponga, Baldomero! Déjelo no más... eso, se arreglará solo. Ricardo se había levantado para almorzar y había sacado de un pequeño paquete que le dio Juancito un montón de cartas que en su casi totalidad estaban dirigidas a Melchor, a quien entregándoselas le dijo: ¡Ahí tienes lectura para rato!

El estafador, como el punguista, nunca camina solo. Siempre lleva a la distancia un compañero que le sirve para cualquier papel que sea necesario desempeñar. Sus útiles de trabajo son simples: consisten sólo en un diario doblado, al cual le llaman el toco mischo el montón pobre o el balurdo, y en algunos cobres.

Porque es hora ya de manifestar, aunque con la debida reserva, que el mayordomo de D. Félix había perdido bastante de su prístina fortaleza en el comercio de las bellas, según se aseguraba. Tenía las piernas temblonas y estaba más averiado que un visir. ¡Ea! ya está formado el montón.

Cerca de la cuarta parte de esta cámara ocupábalo un montón de paquetitos envueltos en papel de varios colores, que para cualquiera que por primera vez entrase en ella, sería un misterio. No lo era para Gonzalo ni para ninguno de los íntimos de la casa. Aquellos paquetes guardaban palillos de dientes.

Los Españoles viejos muy ancianos, Con su cabello blanco y barbas canas, A la importuna muerte ya cercanos, Cansados de sufrir cosas tiranas, Echaban á monton juicios vanos, Y fingiendo esperanzas muy cercanas, Formaban el remedio deseado, Y así crecia la pena y el cuidado. Los clérigos y frailes muy á prisa Avisos para España despachaban.

En dos minutos quedó el istmo despejado y abierta una senda en el campizo que tapizaba por allí los raigones del peñasco, hasta el montón de nieve sobre el cual yacía Chisco.

En algún papel la melancolía había repetido muchas veces una misma palabra, trazándola primero con grandes letras, que luego iban disminuyendo hasta ser como puntos. «Se quemará todo» volvió a decir la marquesa, haciendo un montón de lo que se destinaba a la hoguera. Revolviendo más, encontró un retrato. La señora puso muy mala cara al verlo.

Juan Claudio me tomó, me dejó en este montón de paja... y aquí estoy. ¡Arre, Bruno! murmuró el doctor. Y luego respondió gravemente: Esta noche, señora Catalina, nos ha sucedido la mayor de las desgracias. No hay que culpar a Juan Claudio si, por la falta de otro, perdemos el fruto de nuestros sacrificios. ¿La falta de quién?

Palabra del Dia

malignas

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