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Actualizado: 24 de mayo de 2025


-Pues si ello es así -dijo Sancho-, mire vuestra merced no se le torne a olvidar esto, como lo del juramento; quizá les volverá la gana a las fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aun con vuestra merced si le ven tan pertinaz.

¡Yo lo creo que se puede saber! respondió Nieves, volviéndose hacia el pinar y continuando la interrumpida ascensión . Mire usted: lo primero que yo siento es un poco de envidia a los pintores, a los poetas y a los músicos buenos; porque ¡me entran unos deseos tan fortísimos de pintar, de describir y hasta de poner en música lo que voy viendo y oyendo!

Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero; que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad; y quédese aquí, porque es peor meneallo.

Cerca de año y medio hacía ya que vivía cerca de ella y por primera vez aquella noche la miré como se mira cuando se desea ver. Magdalena era encantadora, mucho más encantadora que no se decía, muy diferente de como yo la había considerado hasta aquel momento. Además tenía diez y ocho años.

Al ponerse de pie dejó caer su pañuelo. Me apresuré a recogerlo, y noté que estaba mojado. La joven se dio cuenta de ello, y me dijo, mostrándome un libro que había sobre la chimenea: Soy en extremo ridícula, ¿no es cierto? Esa novela me ha hecho llorar. Miré el libro, y vi que era una novela de su madre. No necesitaba esta prueba para convencerme de que me engañaba.

Mire vuestra merced bien, que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida. -Engáñaste en eso -dijo don Quijote-, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron sobre Albraca a la conquista de Angélica la Bella.

¡Si una criada me sorprendiera, si me viera penetrar en la habitación de un huésped! Al pensarlo, la sangre se paralizó en mis venas. El reloj tocó las doce. Abrí la ventana y miré a lo lejos frente a . Todo parecía dormir; hasta en el cuarto de Roberto, lo mismo que en el de Marta, ninguna luz brillaba. Ambos sepultaban su dolor y su pena en el seno de la obscuridad.

¡No vivía allí! sin embargo, yo no me había equivocado; era la misma casa. Salí dudando, y miré a los balcones del cuarto principal. Allí estaba la muestra, la antigua muestra del colegio, una Minerva coronando a una niña. Sin embargo, allí no vivía doña Gregoria. El acento con que la criada me había contestado, demostraba claramente que no la conocía.

Bien que ya le verá cuando pase usté de vuelta esta tarde... Aunque mejor fuera que se quedara a comer con nosotros y dejara la caminata para otra ocasión... ¡Vaya que es antojo el de llegar hasta el camino real!... Dos veces en toda mi vida he puesto yo los pies en él... Mire si soy correntona... ¡Vaya, vaya!...

Una Silvia venia A donde yo me embarqué, Y segun que yo miré, No en tanto alli se tenia. Esa es: yo la compré. Si es esa, yo decir Que es hermosa sin mentir, Y que no es tan cruda, altiva, Que su condicion esquiva A ninguno haga morir. Traela á casa, señor, luego, Y ten las riendas al miedo, Y tu verás si yo puedo, Como á mis manos y ruego Amaine el casto denuedo.

Palabra del Dia

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