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Actualizado: 7 de junio de 2025
Terminó el sermón, y siguióse luego, y terminó también aquel canto suavísimo, patético grito del pecador arrepentido: ¡Perdón, oh Dios mío!
No perdiendo tiempo, me procuré las monedas misteriosas, que, al ver mío, llenaban los puntos acondicionados, y esta misma noche volé al torreón arruinado, y dando las tres palmadas y pronunciando las tres palabras que ya olvidé, se abrió al punto la muralla, dejándose ver el soldado, con el rostro más triste y lastimado.
El Cincinato electoral, a quien anhelaba mover D. Acisclo, porque con él daba por indudable el triunfo, era el famoso amigo mío D. Juan Fresco, de cuyos labios sé esta historia, así como otras muchas no menos ejemplares, que contaré en lo venidero, si Dios me concede vida y salud.
Ese sobrino mío no tiene vergüenza ni decoro afirmó gravemente la condesa de Monteros. ¡Un hombre casado! dijo Luisa Natal, que hacía excelente menaje con su marido, ciego cumplidor de todos los caprichos de su mitad.
Mi voluntad sana y justa Recibela con amor, Que es la comida mejor Y de que el alma mas gusta. Y pues en tormenta y calma Siempre has sido mi señora, Recibe este cuerpo agora Como recibiste el alma. Caese muerto, y cogele en las faldas LIRA. Morandro? dulce bien mio? Qué sentis, ó qué teneis? Cómo tan presto perdeis Vuestro acostumbrado brio? Mas ay triste sin ventura!
Es decir, padre en toda la extensión de la palabra, no; pero ¿qué nombre queréis que dé al que me ha criado á costa de privaciones de todo género, al que vela por mi, al que me ama como ninguno es capaz de amarme? Tenéis razón; y decidme: ¿cómo haré yo para atraerme ese hombre? Siendo desde ahora todo mío; haciéndole creer que me hacéis feliz. Lo creerá.
Don Diego hablaba de tan buena fe, que Germana le tendió la mano y le dijo: Amigo mío, yo había asegurado a esa mujer que no volvería a verle, pero si yo hubiese oído hablar a usted con tanta razón y experiencia, yo misma le hubiera conducido a usted a su casa. Tome el coche sin pérdida de tiempo, corra a despedirla y perdónela el mal que me ha hecho como yo la perdono.
Nada es eterno; los tiempos varían... el mejor día.... Sí, hijo mío, variarán los tiempos, quién lo duda, pero ¡no para mí! No me queda más que prepararme para morir cristianamente. Pobrezas, miserias, hambres, contumelias, todo lo sufro con paciencia. Lo que me apena y me amarga, lo que me contrista y conturba es la ingratitud. No hay que abatirse, señor maestro.
Volviose Lucía con la rapidez de un muñeco de resorte, y batiendo palmas, gritó como una loca: Muchas gracias, muchas gracias, señor de Artegui. ¡Ay!, ¿pero se queda usted de veras? Estoy fuera de mí de contenta. ¡Qué gusto, Dios mío! Pero... dijo de pronto reflexionando , ¿puede usted quedarse? ¿No le cuesta ningún sacrificio? ¿No le molesta? No respondió Artegui con faz sombría.
Te pondrás buena y seremos felices..., es decir, viviremos para los niños, porque felices ya no podemos ser...; pero si te murieras, que no te morirás, por el recuerdo de todo el bien que me has hecho, te juro que tu hijo..., vamos, como si fuera mío. ¡Pobre Valeria! ¿Qué será de ti con dos criaturas?... Esto va muy aprisa. Escucha.
Palabra del Dia
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