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Actualizado: 12 de julio de 2025
Nada es eterno; los tiempos varían... el mejor día.... Sí, hijo mío, variarán los tiempos, quién lo duda, pero ¡no para mí! No me queda más que prepararme para morir cristianamente. Pobrezas, miserias, hambres, contumelias, todo lo sufro con paciencia. Lo que me apena y me amarga, lo que me contrista y conturba es la ingratitud. No hay que abatirse, señor maestro.
No era el Conde de la reciente escuela y última cría, que hace gala de gastar pocos miramientos con las mujeres, o si lo era, sabía distinguir ocasiones y personas, y conociendo que no ganaría con abatirse intrépida y bruscamente sobre su presa, estuvo hasta cortado y tímido en los primeros instantes.
Demasiado sabía que la oveja no se le había de entregar de buenas a primeras, que iba a encontrarse con un hombre avisado, erudito, a quien no se atraería con cuatro lugares comunes. Entonces, ¿por qué abatirse repentinamente? ¿Por qué darse por vencido sin luchar? El P. Gil se confesó, con su habitual y sincera modestia, que no estaba preparado para este combate.
Y como dicen que estoy chocho, y como andan repitiendo eso por todas partes, me faltan discípulos, y faltándome discípulos me falta trabajo; y sin trabajo, como tú lo comprenderás, me falta dinero. ¡No hay remedio! Me moriré de hambre, y me enterrarán de limosna. Diez o doce discípulos, que pagan poco, ¡y es cuánto! Unas leccioncitas ¡y nada más! Don Román, respondí no hay que abatirse.
Recordábamos el comportamiento heroico, la acometividad, la audacia y el valor casi salvaje que habían desplegado los hombres de piel obscura en nuestras guerras emancipadoras, y llegamos en nuestra exaltación tropical á creer que eran ellos los únicos cubanos capaces de soportar sin abatirse las crudezas de una campaña militar bajo los abrasadores rayos del sol de los trópicos.
Y en efecto, el día 13 de Octubre de 1596 salió en auto público de fe, con sambenito y coroza, sin que por el camino, desde las cárceles á San Pablo, y de allí al Quemadero, diese muestras de abatirse su espíritu ni hacer caso alguno de las exhortaciones que frailes é inquisidores le dirigieron repetidas veces.
No tomaba ningún partido decisivo, pero me parecía que mi debilidad iba a abatirse al primer accidente que la conmoviera. Tres días después, en una avenida del Bosque por la cual me paseaba desesperado, vi venir despacio un carruaje muy bien atalajado. Iban en él tres personas: dos mujeres jóvenes y Oliverio.
Palabra del Dia
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