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Actualizado: 12 de junio de 2025
Nélida huía; la pobre Mina se ocultaba, como si experimentase mayor vergüenza que él; Maud apenas era un vago recuerdo... Pasó la norteamericana varias veces junto a él, sin reparar en su persona, y hasta lo empujó en una de estas evoluciones.
Hablaba Mina con tristeza del mundo viejo que dejaban a sus espaldas. ¡Ah, Berlín!... Este nombre hacía revivir los recuerdos más tristes de su vida, años de pobreza desesperada, de humillaciones crueles, de vergonzosa decadencia. Marchaba hacia las tierras nuevas con la ilusión de algo mejor. Ojeda, al oír esto, sonrió imperceptiblemente.
Todo el mundo se olvidaba de la mina, creyéndose, como otras veces, en algún comedor aristocrático. Rafael Alcántara se divertía en emborrachar a Peñalver.
Había sonado la hora del té; los muchachos, abandonando su juego, estaban abajo en el comedor. Mina se despidió de su amigo, y los extremos de sus ojos y su boca se contrajeron hacia arriba con una sonrisa pálida que parecía iluminar el rostro: «sonrisa de luna», según Ojeda. Hemos hablado mucho tiempo.
Pensaba en los pintores de bocetos «geniales» que nunca llegan a terminar un cuadro; en que hacen concebir optimistas ilusiones con fragmentos poéticos o cortos relatos y jamás pueden escribir un libro. Mina decía bien: no bastaba cantar la dulce romancita, breve como un suspiro; había que cantar la ópera entera, sin ronqueras ni desfallecimientos.
Se buscaban, con una simpatía intelectual, entre los demás artistas, vulgares jornaleros de la música. Mina le había recibido frecuentemente contra la voluntad de su madre, señora de rígidos principios que no podía transigir con los desórdenes del maestro. Hablaban juntos de
Dejando a la izquierda el barrio citado poco ha, encuéntrase otro arco sólido pero de poco gusto que da paso al agua que vá por el acueducto descrito, y siguiendo adelante, cerca ya del cementerio se halla una fuente de un caño sobre del cual se lee: Desde este punto a la mina del Collado se varió la cañería y se colocó de hierro: año 1866.
El celebrado autor de «Las sorpresas del divorcio», halló á Laridel en un café solitario y sumido en una desesperación sin gestos ni palabras, ante una copa de bitter. ¡Estoy arruinado! exclamó el empresario; hoy ó mañana debo pagar cincuenta mil francos, y como no los tengo, me cerrarán el teatro. ¡Y yo que le traía á usted, en este manuscrito, una mina de plata! repuso Bissón.
En una de estas noches sembradas de estrellas, y en un banco de la plaza de Mina, fué cuando nuestro amigo Frasquito dejó señalado el día de su matrimonio. Hubo dificultades para arreglarse antes.
Yo sólo me casaré con un héroe añadió Mina. James creyó necesario insistir en sus méritos. Hizo memoria de los regalos enviados á Mina, especialmente de dos pieles de oso, enormes, con unas cabezas que metían espanto.
Palabra del Dia
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