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Actualizado: 16 de mayo de 2025


¡Miserias, madó Antonia! dijo el señor en el mismo lenguaje . Todos huyen de los pobres, y el mejor día, si ese tuno no trae lo que nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fuésemos náufragos. La vieja sonrió: «El señor siempre alegreEn esto era un vivo retrato de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que metía miedo, ¡pero diciendo unas cosas!...

Otra obra tomó Tirso, guardándola para leer a solas; pero como Leocadia le sorprendiera varias veces con ella en la mano, entró en curiosidad y, observando que metía el libro en el cajón de la mesita de su alcoba, que tenía llave muy chica, intentó y consiguió abrirlo con la de su costurero.

Como se había propuesto no dejar en paz a nadie en la casa, hasta se metía con la pobre Loca, una gata vagabunda que ejercía la rapiña en todas las habitaciones, pero cuyas correrías toleraban los vecinos porque con ella no quedaba rata viva.

Un día encontramos en la carretera uno de tres o cuatro años de edad revolcándose en el polvo, en cuya delicada operación parecía encontrar gran deleite, a juzgar por las risotadas que daba de vez en cuando, sobre todo cuando el polvo se le metía por los ojos y las narices. Mire usted, por la Virgen, esta criatura exclamó la hermana San Sulpicio. Mire usted, madre, lo que está haciendo.

Eso es, Don Ignacio exclamó Lucía , que en sana razón no pensaría usted lo que... lo que dijo allí. Yendo con usted prosiguió él , con una criatura joven y leal, que ama la vida y siente, y cree, ¿quién me metía a a hablar de nada triste, ni exponer desvaríos abstrusos, convirtiendo el paseo en cátedra? ¡Ridiculez igual! soy un majadero.

Pensó con desagrado en la visita de Muñoz. ¿Acaso le había atraído a su casa un mal instinto, como atrae al buitre el olor de la presa? Miró con gesto sombrío el marquito de plata vacío, y ahora el robo del retrato le irritó. Inútilmente procuraba rehacer en la memoria la frase que se le había ocurrido en el momento de irse Muñoz. Y sintió que se le metía en el alma la flaqueza de los celos.

Hallábase Jacinta en un sitio que era su casa y no era su casa... Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino... Estaba sentada en un puff y por las rodillas se le subía un muchacho lindísimo, que primero le cogía la cara, después le metía la mano en el pecho. «Quita, quita... eso es caca... ¡qué asco!... cosa fea, es para el gato...». Pero el muchacho no se daba a partido.

Quiso dormirse, mas no pudo; volvió su espíritu a dar agasajo a la idea, creyéndola de posible realización, Y si esfuerzos hacía por desecharla, con mayor tenacidad la pícara idea se le metía en el cerebro.

Comía, recogía los mendrugos de pan que quedaban sobre la mesa, un poco de azúcar y otros desperdicios, se los metía en un bolsillo y echaba a correr. Algunas noches entraba en su hogar gritando: ¡A ver! ¡a ver! las zapatillas y el frasco del anís, que hoy velo a don Santos.

Yo recuerdo que tu madre me agasajaba mucho cuando yo, jugando contigo y con otros chicuelos, me metía en el patio de tu casa. Me abrazaba, me besaba y me ponía sobre sus rodillas; pero yo me desasía de sus brazos para correr y subirme a un montón de vigas.... ¿No había un montón de vigas en el patio? , . ¿Y no tenía tu madre muchas gallinas? .

Palabra del Dia

commiserit

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