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Actualizado: 16 de julio de 2025
Con una nuera así, el viejo squire realizaría economías, aun cuando no aportara un penique de dote; porque era de temer que, a pesar de sus rentas, el squire Cass tuviera más agujeros en el bolsillo que aquel por donde metía la mano. Pero si el señor Godfrey no cambiaba de conducta, podía decirle «adiós» a la señorita Nancy Lammeter.
Ahora, con los preparativos electorales, no había tiros; pero la gente se metía en sus casas más pronto que nunca, presintiendo que iba á surgir una revolución.
El carro se salía del camino, atravesaba el ruinoso puente de troncos y tierra que daba acceso á las tierras malditas, y se metía por los campos del tío Barret, aplastando con sus ruedas la maleza respetada.
A él ya no se parecería; pero a su padre, al procurador Reyes, sí; el gesto de pena, la mueca de los labios, el entrecejo... todo aquello era de su padre. ¡Ay! ¡Cómo se le metía por el alma, a borbotones, como lágrimas de ternura que en vez de salir entrasen, el amor de aquel hijo, de aquel ser débil, abandonado por los ángeles entre los hombres!, pero ya no amor abstracto, metafísico; amor sin frases, amor nada retórico.... amor inefable, pero que satisfacía la conciencia y daba sanción absoluta al juramento de constante y callado sacrificio.
Porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldita ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo. Pues, ansí como digo, metía cada noche la llave en la boca y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella; mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es la diligencia.
Un mancebo á la lancha acude luego, Y por la mar adentro la metia, Nadando por el agua, y pega fuego, Que en breve por la lancha se encendia. El Luterano está de miedo ciego, El Cristiano con fuerza acometia; Rodaban los ingleses por el suelo, Que ayuda á los cristianos Dios del Cielo.
Moro hacía sonar su famoso serpentón hasta echar los pulmones, mientras el marica de Sierra, que había sido uno de los más activos promovedores de la cencerrada, se metía traidoramente en casa de D. Juan, vendiéndose como amigo fiel, para espiar en realidad lo que allí pasaba.
Don Aquiles vivía en la calle de Méjico, pues la antigua casa en que tuvo su tienda, fué vendida y derribada; y aunque alejado del comercio, metía baza en negocitos fáciles y sin peligro, pero sin caer en el pecado de la usura; él no tenía más defecto que su genio endemoniado y aquella manía de las cosas religiosas, que secaba su corazón y descarrilaba su buen sentido.
¿Qué iba á hacer?... Su propósito era decirle dos palabritas á aquel advenedizo que se metía á cultivar lo que no era suyo; una indicación muy seria para que «no fuese tonto» y se volviera á su tierra, pues allí nada tenía que hacer. Pero el tal sujeto no salía de sus campos, y no era cosa de ir á amenazarle en su propia casa. Esto sería «dar el cuerpo» demasiado, teniendo en cuenta lo que podría ocurrir luego. Había que ser cauto y guardar la salida. En fin... un poco de paciencia.
Pasaron así días, semanas y meses, siempre la misma cosa, sin dejarse ver la dama más que de bulto entre dos luces, cuando salía de la silla de manos, en la catedral, y volviendo a sepultarse una hora después en el silencio y en el retiro de su casa, que permanecía cerrada, ni más ni menos que cuando se decía estaba habitada por duendes; al jardín no salía de día: sólo algunas noches de luna solía verla Viváis-mil-años, vestida de blanco y vagando como un fantasma, yendo al cabo a sentarse en un poyo de piedra junto a la fuente, permaneciendo allí largo tiempo inmóvil, hasta que, al fin, se levantaba, y en paso lento atravesaba el jardín y se metía en la casa: la luz de la luna no había sido bastante para que Viváis-mil-años hubiese visto su rostro.
Palabra del Dia
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