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Actualizado: 12 de junio de 2025
Aquella mesita baja y larga, cubierta con un mantel viejo, iluminada por un quinqué con pantalla verde, y llena de cajitas, ruedas de alambre y rollos de papel, se me antojaba, a veces, como un arriate engalanado con todos los primores de un jardín.
El criado que le abrió la puerta le dijo que el Conde dormía con tranquilidad, que aquélla no era hora de visitas, que él no le pasaba recado y que se exponía a que le tirase a la cabeza los libros, el vaso de agua y cuanto tenía sobre la mesita de noche.
El padre Tomás penetró en el salón con tan prodigiosa vivacidad, que tropezó en una mesita en la que la abuela expone pues es una verdadera exposición, preciosas miniaturas antiguas. La mesa retembló en sus patas vacilantes, los caballetes se estremecieron bajo su gracioso peso de cuadritos y retratos, y el cura se quedó tan confundido que sus gafas temblaron en la rebelde nariz.
Señora Braun, hágame el favor de traerme al jardín el ramo que verá usted en un jarro del Japón sobre una mesita del cuarto de Magdalena, porque hay que hacerlo enteramente igual a ése.
Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular y estar cómodos todos los días del año es pensar en lo excusado.
Sobre el escritorio había dos pilas de libros ingleses con cubiertas blancas; una caja de papel de cartas; una bombonera antigua, y un saco de viaje. En la mesita de trabajo y en el velador había más libros.
A Dios gracias conocía a mi tía desde hacía mucho. Instalábamonos junto a una mesita, que habíamos colocado cerca de la ventana.
Adriana, sintiéndose a punto de abrazar llorando a su tío, furtivamente se retiró a su cuarto, sin advertir que Muñoz la seguía. Cuando de pronto se vio sola con él, tuvo, azorada, la tentación de huir. Dominándose, fingió que había entrado a su habitación para buscar algo en la mesita de luz. Pero él, acercándose, le enlazó la cintura. Adriana, pálida de susto, se defendió.
Sí replicó Jacobo , ya me han entregado las credenciales. Y al decir esto, puso sobre la mesita del secrétaire la carta que, dictada por la Villasis misma, le había escrito Elvira la víspera. Leyóla atentamente la marquesa, como si le fuera desconocida, y devolviósela a Jacobo, diciendo: Me parece que están en regla... Puede el señor Bismarck, cuando guste, exponerme la marcha de su política.
Todo en ella flota y se agita: sus faldas, las cintas de su delantal, el pañuelo que rodea su cuello, la masa en desorden de sus rebeldes bucles. Permanece así un instante, inmóvil, como fascinado, siguiéndola con los ojos; después menea la cabeza y se dirige hacia el emparrado. La primera cosa que le llama la atención es una mesita sobre la cual se ve una canastilla de paja para la labor.
Palabra del Dia
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