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Con admirable intuición comprendía ya que las plantas más diminutas merecían el mismo examen atento que los árboles seculares, porque en todas partes la Naturaleza revela su inmensa riqueza. Por eso brincaba a menudo por encima de los setos y se metía por los cuadros de flores para estudiar los organismos inferiores.

Los italianos le merecían no menos simpatía, porque acataban en ella cierta superioridad, viéndola gastar y vivir mejor que los otros, y la llamaban «señora». Sus cariños malogrados de hembra infecunda iban hacia todos los niños de diversas nacionalidades que vivían cerca de ella, tratándolos con varonil dureza de palabra al mismo tiempo que los cuidaba y acariciaba.

Ahora bien; apenas había lanzado Zipette estas aladas palabras, cuando la doncella de al lado, dirigiéndose a la concurrencia, aludió a ciertas golfantas que merecían recibir una buena azotaina; agregó que los caballeros y las señoras a quienes interesara este espectáculo no tendrían que esperar mucho tiempo para verlo.

Todos los chistes que la más noble de las aspiraciones humanas había inspirado a su primo Pablo y a su corte de sacerdotes, repetíalos Luis con una convicción firmísima, como si fuesen el resumen del pensamiento universal. ¿Qué era aquello de la igualdad?... Cualquiera podría apoderarse de su casa, si es que le gustaba; y él, a su vez, le robaría la chaqueta al vecino, porque le era necesaria; y el otro echaría la zarpa sobre la mujer del de más allá, porque la consideraría de su gusto. ¡La mar, caballeros!... ¿No merecían cuatro tiros o la camisa de fuerza los que hablaban de la tal igualdad?

¡Ah, señor mío! -dijo a esta sazón la sobrina-; advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito, o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres.

Quilito ensayaba el frac delante del espejo. ¡Cuán equivocada estaba! era excelente... y luego tan cariñoso con sus hermanas, y Susana y Angelita se lo merecían todo, francamente. ¿No le parecía que los faldones no caían bien? Lo que no cae bien replicó con acritud misia Casilda, es tanto elogio de osa gente en tu boca.

Al mismo tiempo me alcé del asiento y salí de la taberna, un poco sorprendido, en verdad, de que Suárez me dejase ir tan tranquilo, pues en nuestra corta plática le había dirigido algunas injurias que merecían explicación. Lo que no se me ocurrió mientras estuve bajo la impresión del latigazo de la cólera, penselo en cuanto me serené un poco y se me acordaron las ideas.

Las favoritas de Salomón lo habían sido y llevaban los nombres que llevaban porque lo merecían. La hija del Faraón, que fue, a no dudarlo, Meneftá II, se llamaba Uom-anhet, esto es, Destroza-corazones. Ella inspiró a Salomón el primer amor, profundo y suave. Salomón era muy muchacho cuando se casó con ella, y ella le trajo en dote a Gezer y doce mil caballos para la remonta de su caballería.