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No acaba una de ver verdades que parecen mentiras... En fin, otros son peores que este D. Carlos, que al cabo da algo, aunque sea por cuenta y apuntación... Peores los hay, y tan peores... que ni apuntan ni dan... El cuento es que con estos dos duros no se me arregla el día, porque quiero devolverle a Almudena el suyo, que bueno es tener con él palabra.

Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna. ¿Cómo no? -dijo el primo-, pues ¿había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras? -Yo no creo que mi señor miente -respondió Sancho.

sola eres mi vida. Muchas gracias contestó Leonora con gravedad. Renuncio a ese sacrificio... ¿Y la santidad de la familia de que hace poco hablabas en aquel salón? ¿Y la moral cristiana sin la cual sería imposible la vida? ¡Cómo reía yo escuchándote! ¡Qué de mentiras decís allí para los bobos!...

No quería oír en balde baladronadas y mentiras. Lo cierto era que le pedían cuarenta duros, y si no los dejaba en el horno le quemarían su barraca, aquella barraca que miraba ya como un hijo próximo a perderse; con sus paredes de deslumbrante blancura, la montera de negra paja con crucecitas en los extremos, las ventanas azules, la parra sobre la puerta como verde celosía, por la que se filtraba el sol con palpitaciones de oro vivo; los macizos de geranios y dompedros orlando la vivienda, contenidos por una cerca de cañas; y más allá de la vieja higuera el horno, de barro y ladrillos, redondo y achatado como un hormiguero de África.

Elena alegre con estas palabras como un pajarito en el árbol aparentaba no creerle, le tiraba del bigote, le daba suaves bofetadas en las mejillas, le tapaba la boca, «el frasco de las mentiras» como ella decía. Pero él, aunque enajenado por aquella lluvia de caricias, concluyó por mostrarse inquieto.

Pasó Torrebianca el resto del día buscando á otras personas de las que habían colaborado con Fontenoy, cobrando grandes sueldos por figurar como autómatas en los Consejos de Administración de sus empresas. Todos se mostraban igualmente pesimistas, con un miedo feroz capaz de toda clase de mentiras y vilezas contra los otros para conseguir la propia salvación.

Las que hacían su primer viaje eran miradas por las otras con lástima y envidia. ¡Quién tuviese sus ilusiones!... Recordaban las esperanzas risueñas, las doradas mentiras que las habían acompañado en su llegada al río de la Plata. Y después, ¡habían visto tanto!... Berta calló al notar que un hombre se había aproximado al grupo.

Admirado quedó el canónigo de los concertados disparates que don Quijote había dicho, del modo con que había pintado la aventura del Caballero del Lago, de la impresión que en él habían hecho las pensadas mentiras de los libros que había leído; y, finalmente, le admiraba la necedad de Sancho, que con tanto ahínco deseaba alcanzar el condado que su amo le había prometido.

Mientras cenaron, endilgó Malespina nuevas mentiras, y pude observar que su hijo las oía con pena, como abochornado de tener por padre el más grande embustero que crió la tierra.

Y á la verdad podía bien esperar esto de los Chiriguanás, que viven á la orilla del río Pilcomayo, pero no de los del río Bermejo, pues antes éstos, renovando las antiguas canciones, porque otras veces habían echado á los misioneros porque queríamos hacerlos esclavos de los españoles y obligarlos al servicio personal y otras mil mentiras de este jaez, le miraban con malos ojos y le decían que si pusiese el pie en sus tierras se había de salir luego, ó que para quitarle de una vez de sus ojos, le habían de quemar vivo.