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Entonces me lo dijo con una sangre fria, con un aplomo, con una conciencia de su buen derecho, que yo le escuchaba y no comprendia qué queria decirme. ¡Cuitado de mi! Me mudaba por ahorrarme 50 francos mensuales, y aquel hombre me pedia 67. ¿Qué es esto? Yo tengo el defecto de que doy demasiada importancia al no quejarme, al sufrir en silencio; pero esta vez no quise callar.

No sabía lo que le pasaba. ¡Ellas tomaban por asalto el presbiterio, eran católicas! ¡Le traían dos mil francos; le ofrecían mil francos mensuales! y querían comer con él; ¡ah! ¡esto era el colmo! el terror lo paralizaba al pensar que tendría que hacer los honores de la pata de carnero y la crema a esas dos americanas locamente ricas que debían alimentarse de cosas extraordinarias, fantásticas, inusitadas, y sólo murmuraba: ¡A comer... a comer! ¿queríais quedaros a comer aquí?

Lo peor de todo, lo que haría saltar al Obispo, era lo que se refería al abuso indecoroso del confesonario. Se contaban horrores; en fin, ello diría. Don Álvaro propuso que las cenas mensuales se suspendiesen hasta el Otoño y suplicó que se guardase el más profundo secreto.

Alquilaron la «villa» con todos sus lujosos muebles por un precio módico, y al principio se la disputaban las señoras que juegan en el Casino. ¡Vivir en un pequeño palacio adornado por famosos tapiceros de París, y con una vista magnífica, todo por quinientos francos mensuales!... Pero las arrendatarias se apresuraban á cederse unas á otras esta buena ocasión. ¡Tener que pasar después de media noche frente al mausoleo del general, cuando volvían del Casino! ¡No poder abrir las ventanas sin encontrarse con aquella sepultura!... Además, la maledicencia femenil señalaba sucesivamente á cada inquilina con el mismo apodo: «la guardiana de la tumba».

Se limitaba el número de los canónigos, como si la Iglesia Primada fuese una colegiata cualquiera. Se les pagaba por el Gobierno, lo mismo que a los empleadillos, y para el sostenimiento y culto de la más famosa de las catedrales españolas, que cuando cobraba el diezmo no sabía dónde encerrar tantas riquezas, se destinaban mil doscientas pesetas mensuales.

Su ingenua cortesía, su incansable amabilidad y su intachable honradez, captáronle la simpatía y protección de todo el barrio. De dos mil escalones que solía subir al principio, llegó a siete mil gradualmente. Por eso enviaba hasta sesenta francos mensuales a las buenas gentes de Frognac.

Sin embargo, el general daba infinitamente más importancia a los artículos de fondo. Los fondos estaban a cargo de un anciano silencioso, taciturno, viudo, con siete hijas que se alimentaban y vestían con los cincuenta duros mensuales que le producían estos fondos a su padre.

Mi criado Mauricio se asombró al verme entrar con tan mala compañía, y mucho más cuando me encerré con ella en mi gabinete. De hoy en adelante, la dije, puede usted contar con doce duros mensuales. Además, como supongo que carecerán ustedes de todo, tome usted estos dos billetes de a mil reales, y empléelos en ropas y utensilios. Todos los meses venga usted por la cantidad que asigno a Amparo.

Se la había trasladado en un coche, previo dictamen del facultativo, al colegio de que era directora doña Gregoria de... hija de confesión del padre Ambrosio. Me olvidaba decir que Mustafá había ingresado también en el colegio. Di orden a mi administrador general de que pagase a doña Gregoria mil reales mensuales por la pensión de Amparo, y aquel asunto quedó para enteramente concluido.

Hoy he estado en palacio para decir que dispongan de mis siete duros mensuales y de la capellanía de las monjas. Me voy; no sólo huyo de la iglesia, quiero evitar su ambiente, y en Toledo no puede vivir un sacerdote «renegado». ¿Ve usted este disfraz? Hoy lo llevo por última vez.