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La madre se replegó vencida, cruzó los brazos sobre el vientre y quedó en la inmovilidad de una esfinge cobriza al lado de su esposo, que hablaba con un vecino. Ese padre es admirable dijo Isidro , tan admirable como la niña. Vea su aire de patriarca, sus barbas y sus melenas canas, la mansedumbre con que habla y la deferencia con que escucha.

Yo podría hacer una lista negra de estos espíritus ilusos, devorados por el monstruo encantador de la literatura. ¡Intrépidos comedores de musarañas, que sois mis amigos antiguos, que habéis vivido a la sombra de la literatura pipas, melenas y chalinas y que vais cayendo poco a poco por el escotillón macabro del hospital!

Miraba a aquel hombrecillo ya caduco con sus largas melenas grises que había pasado cincuenta años describiendo los ojos de las odaliscas y el galope de los caballos, los rugidos de la mar, el vuelo de las mariposas. ¿Y esto es un gran poeta? se preguntaba con un bufido desdeñoso. En un punto pasó de la admiración al desprecio.

El aire estaba impregnado de los mas ricos perfumes; los matorrales de helechos sacudian sus húmedas melenas sobre las alas de la brisa, y al concierto de rumores salvajes que se alzaba del seno de las profundas ramblas ó torrentes se juntaba el ruido de las campanillas que agitaban las vacas y las cabras, al vagar por las entrecortadas praderitas de la montaña, devorando con avidez y delicia la grama humedecida.

Beracochea era hombre con tipo de mosquetero: nariz aguileña, barba negra en punta, sombrero de ala ancha y melenas. Llevaba un bastón grueso, cuyo mango era un martillo, y volvía de sus paseos con los bolsillos llenos de piedras. Beracochea tenía fama de hereje; él decía con orgullo que su padre había sido uno de los primeros suscriptores a la célebre Enciclopedia metódica de Diderot.

Sienten ante el uniforme el entusiasmo humilde y servil de las hembras de animalidad inferior ante las crestas, melenas y plumajes de sus machos peleadores. ¡Ojo, maestro!... Hay que seguir el nuevo curso del tiempo ó resignarse á perecer obscuramente: el tango ha muerto. Y Desnoyers pensó que, efectivamente, eran dos seres que estaban al margen de la vida.

Así fue conociendo a los amigos de su padre; aquella bohemia en la que la música iba unida siempre a un ideal de revolución europea; mezcla confusa de artistas y conspiradores; viejos profesores calvos, miopes, con la espalda encorvada por toda una vida de inclinación ante el atril; jóvenes morenos de ojos de brasa con erizadas melenas y corbata roja, que hablaban de destruir la sociedad, haciéndola responsable de que su ópera no fuese admitida en la Scala o de que ningún gran maestro quisiera echar una mirada a sus dramas líricos.

Vió Ferragut en su imaginación las melenas blancas de Michelet y el tupé romántico de Lamartine sobre un doble pedestal de volúmenes que contenían la historia-poema de la Revolución. También me bato por Francia dijo finalmente porque es la patria de Víctor Hugo. Ulises presintió que este republicano de veinte años debía guardar en su mochila un cuaderno, escrito con lápiz, lleno de versos.

Primero pasaron los portadores de las banderolas, con sus dalmáticas de seda con las barras aragonesas y altas coronas de latón sobre melenas y barbazas de estopa; tras ellos el cura municipal, el famoso «capellán de las rocas», jinete en brioso caballo encaparazonado de amarillo, el manteo de seda descendiendo desde el alzacuello a la cola del caballo, y enseñando la limpia y blanca tonsura al saludar con el bonete al público de los balcones.

Este trabajo era su único medio de existencia fijo y ordenado. El dinero de una traducción representaba la comida, al anochecer, en una taberna frecuentada por las gentes del «oficio», periodistas de escaso sueldo, jóvenes de abundosas melenas y suelta corbata, que hablaban mal de todos, entreteniendo así la espera impaciente de una hora de celebridad.