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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Meditaba, señor Velasco repuso Ramiro, en los graves desengaños de este mundo, y que cuando yo era mancebillo daba por seguro llegar a ser algún día un Hernán Cortés o un Gonzalo de Córdoba; e agora he venido a parar en el más ruin y cuitado de los pajes. ¡Si mis ojos fueran capaces de llorar!
No obstante, en medio de este afán hizo algunas correrías por los países descubiertos, fomentando en aquella gente los deseos de recibir el santo bautismo, y juntamente tomando noticia de cuántas eran las Rancherías, las lenguas y el número de los indios del país; y teniendo distinta relación de todo, meditaba emprender el año siguiente con más calor el negocio de su conversión, y en serenándose el tiempo penetrar la tierra más adentro; pero le frustraron en parte estos designios los achaques que le afligieron largo tiempo, y las súplicas de sus neófitos de San Xavier, que le rogaron mudase la Reducción á otro lugar, á causa de ser el clima que al presente tenían, notablemente nocivo á la salud.
En los dos o tres días que siguieron se dignó parecerse más a los niños en general, y llevar más buena conducta. Habían transcurrido ya dos años desde la llegada del maestro a Smith's-Pocket y como su sueldo no era grande y las perspectivas de Smith's-Pocket, para convertirse eventualmente en capital del Estado, no parecían del todo positivas, hacía tiempo que meditaba un cambio de situación.
Este impostor llegó a Madrid cuando se meditaba la destrucción de su orden, y se coligó con sus enemigos, denigrando a sus propios hermanos.
El P. Gil meditaba esto, apoyado en la baranda de un corredor enrejado que su habitación tenía sobre el mar. El sol declinaba entre celajes carmesíes, envolviendo en una onda de luz tibia y rojiza el pueblo y la rada. El lienzo de rocas que la cierra allá enfrente alzaba su masa enorme sobre las aguas, proyectando ya una vasta región de sombra.
Qué gusto me da, señora duquesa, oírle razones que yo entiendo. Me hace usted vacilar.... El prelado permaneció pensativo. La duquesa dijo entre sí: «Esta pieza está cobrada. Cuidado que me dió guerra. La amenaza fué el balín que le hirió en mitad de la pechuga.» El prelado meditaba, bajos los ojos, dando vueltas con una mano a la cruz de topacios que pendía sobre su morado pecho.
Y mi corazón contestaba ¡que no, que no! Jamás me hubiera atrevido a murmurar en sus oídos una frase amorosa; nunca hubiera sido capaz de decirlo: «¡Gabriela... vivo para usted!» No, porque amaba yo a Linilla; para ella soñaba yo dichas y venturas; en ella pensaba yo cuando en el silencio de la noche, de codos en el balcón, meditaba yo en lo porvenir.
Alejo la contemplaba todos los días, y por un singular efecto de imaginación, estaba viéndola después toda la noche, despierto y en sueños: si escribía, en el fondo del tintero; si meditaba, revoloteando como espectro de mariposa alrededor de la macilenta luz que hacía veces de astro en el paraíso del estudiante.
Echose al cuerpo el periódico, leyendo con extremada atención las conferencias de hombres políticos, y repasando al fin los muertos y los anuncios. Luego, mientras atarugaba la máquina de pitillos, meditaba sobre los sucesos del día y sobre política general. No carecía de convicciones arraigadas en materia de gobernación del reino.
Y así es la vida, ¡Dios mío! Tras de la noche la aurora. Y las olas corren siempre Cual la vida seductora. Posteriormente he visto que mi pobre madre también meditaba sobre la fuente del Bosque y por cierto, más cuerdamente que yo. Continuemos el diario. 4 de agosto de 1818.
Palabra del Dia
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