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Tales eran los sitios por donde paseaba el Comendador con las dos bonitas muchachas. Apenas salieron de la población, tomaron la senda que llaman del medio. Ellas cogían flores, se deleitaban oyendo cantar los colorines ó reían sin saber de qué. El Comendador meditaba, sentía gran bienestar, gozaba de todo, aunque más tranquilamente que ellas.

Aquellos hombres de guerra, que traían en sus botas lodo reseco de los más diversos países, eran, según el blasón de Isabel y Fernando, el haz de flechas y el yugo del orbe. Uno que otro meditaba los presagios de decadencia; pero los más curábanse mayormente del color de una pluma o del rumor de las propias espuelas. Otras veces llegábale el turno a los teólogos.

Con la mejilla apoyada en la crispada mano la mirada dura, la frente fruncida y la boca contraída con una sonrisa amarga, la joven meditaba y sus hermosas facciones estaban fijas en una implacable expresión de desprecio y de odio. Como los más puros metales, las almas más nobles tienen sus escorias, que suben en hirviente espuma al fuego de la cólera.

La piedad huía de repente, y la dominaba una pereza invencible de buscar el remedio para aquella sequedad del alma en la oración o en las lecturas piadosas. Ya meditaba pocas veces. Si se paraba a evocar pensamientos religiosos, a contemplar abstracciones sagradas, en vez de Dios se le presentaba Mesía.

5 Consideraba los días desde el principio, los años de los siglos. 6 Me acordaba de mis canciones de noche; meditaba con mi corazón, y mi espíritu inquiría. 7 ¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a amar? 9 ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus misericordias? 11 me acordaba de las obras de JAH; por tanto me acordé de tus maravillas antiguas.