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Actualizado: 20 de junio de 2025


Y ha volado la paloma de plumaje alabastrino ahuyentada por la mano poderosa del destino. De su nido de ideales sólo queda el esqueleto, ¡Seculares ambiciones! Aquel nido que cubierto de olorosas ilusiones orgulloso se mecía de la historia en los anales.

Era D. José como un director de orquesta, sólo que los músicos eran escribientes y las notas números. Resultaba una sinfonía de orden, que mecía en embriagador arrobamiento el espíritu del tenedor de libros. Al día siguiente, cuando Isidora se levantó, ya estaba su padrino de vuelta de la compra.

Las cabañas, donde, con mano amiga, dulcificaba los dolores de sus convecinos. Donde recogía el último suspiro de los moribundos. Donde socorría a las viudas y enjugaba el llanto de los niños arrodillados ante el cadáver de su padre, mientras les decía estas palabras: «A cambio del oro que os doy, rezad por su almaAllí está la higuera al pie de cuyo tronco mecía nuestras cunas.

A su manera, venía a pensar esto: «El teatro verdadero, el teatro por dentro, era el del ensayo; a Reyes no le gustaba la ficción en nada, ni en el arte; decía él que los tenores y tiples no debían cantar delante de las candilejas, entre árboles de lienzo y vestidos de percal ante un público distraído y en una sala estrecha donde el aire era veneno; los tenores y tiples debían andar, como los ruiseñores o las sirenas, esparcidos por los bosques repuestos y escondidos, o por las islas misteriosas, y soltar al aire sus trinos y gorjeos en la clara noche de luna, al compás de las melancólicas olas que batían en la playa, y de las ramas de la selva que mecía la brisa...». Bueno; pero ya que esto no podía ser, Bonifacio prefería oír a los cantantes en el ensayo.

Es que Pepe Castro no es usted manifestó la niña de Calderón con marcada displicencia. Maldonado cayó de la región celeste donde se mecía. Aquella frase punzante dicha en tono despreciativo le llegó al alma. Porque cabalmente la superioridad de Pepe Castro era una de las pocas verdades que se imponían a su espíritu de modo incontrastable.

No supo con certeza qué personas le hablaron en los entreactos ni qué manos estrechó. Tuvo que hacer un esfuerzo repetidas veces para acordarse del título y del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música que otra. Era un arrullo que mecía sus pensamientos, calmando su emoción: una emoción compuesta de miedo y de esperanza.

Carmencita, en este momento mecía a su muñeca regaladamente, sentada en un taburete en el hueco profundo de una ventana. Llamaron a la puerta del salón, y al mismo tiempo anunciaron: El señorito Salvador. Que pase dijo don Manuel, y la niña, levantándose, corrió a recibir la visita con sonrisa plácida. Entró un joven mediano.

Quedó solo al fin. El corazón no le cabía en el pecho. Permaneció un instante inmóvil contemplando la puerta, por donde acababa de desaparecer, la última, su gentil Carlota. Y bajando de pronto desde las nubes de oro y rosa donde se mecía a esta tierra prosaica, se dirigió a la mesa del rincón, donde sólo se hallaba ya Adolfo Moreno. El salto no podía ser mayor.

¡Una saltimbanqui! exclamó la madre de Pablo, ¡yo prefería la mendiga! Y mientras Rogerio me contaba esta historia del Petit Journal, yo veía venir desde el fondo de una galería a la amazona del circo, envuelta en un maravilloso conjunto de raso y encajes, y admiraba sus hombros, su deslumbradora garganta sobre la cual se mecía un collar de brillantes, grandes como tapones de botella.

Melia comenzó por bendecir a la Providencia porque había protegido con tanta solicitud a toda aquella honrada sociedad, que el brick mecía sobre las aguas; porque, gracias a la incuria que de momento reinaba a bordo, si una tempestad se hubiese elevado durante la noche, todo se hubiera ido a rodar, El Gavilán, Kernok, la tripulación y los diez millones, ¡qué lástima!

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