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Actualizado: 2 de junio de 2025
Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulación casi imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegría. Había alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacción, se llevó una mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido. Al pasarla después por su cara cayó de sus mejillas y sus cejas algo menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa.
Dejadme buscar en mi zurrón un ungüento que llevo y que os será de mucho alivio. No, una sola cosa puede calmar el dolor y lavar la afrenta, y esa el tiempo quizás me la depare. Ahí tenéis vuestro camino, el atajo que pasa entre aquel matorral y el árbol con la rama tronchada.
Cuatro piernas cubiertas con ajustadas medias de arlequinados colores y largos borceguíes de retorcidas puntas en los pies, se movían á compás, sin que el matorral permitiese ver los cuerpos invertidos á que pertenecían aquellas extremidades.
Al día siguiente, al amanecer, se levantó rápidamente, abriose camino al través de los helechos a modo de palmeras, y del espeso matorral del pinar, asustando a la liebre en su madriguera y despertando la malhumorada protesta de algunos grajos calaveras, que al parecer habían pasado la noche en orgía; así llegó a la selvática cumbre donde una vez había hallado a Melisa.
¿Y si se prolonga el asedio? Confiamos en que se cansarán, señor Cornelio. Pero la sed comienza ya a mortificarnos, Horn. Resistiremos lo que se pueda. ¡Ah, si se dejaran ver! Ya saben ellos lo que hacen permaneciendo escondidos. Vamos a ver si los obligamos a salir de su escondite, viejo Horn. Estoy viendo moverse algo en aquel matorral. De seguro hay allí un centinela.
Y se hundió en el agua, que silbó como cuando mojan un hierro caliente. Loppi se tendió en la yerba, como herido de un rayo. Cuando se levantó, no tenía en la cabeza el sombrero de plumas, ni llevaba al brazo el manto de armiño, ni vestía la casaca bordada de colores. El camino era oscuro, y matorral, como antes. Membrillos empolvados y pinos enfermos eran la única arboleda.
Y avanzando con el fusil amartillado hacia el matorral, observó con asombro que iba retrocediendo, de manera que lo tenía siempre a igual distancia delante de sí. ¿Era un engaño de la vista o aquellas plantas estaban dotadas de movimiento? El joven, en el colmo de la sorpresa, apretó el paso; pero la distancia no disminuía, sino que más bien aumentaba. ¡Tío! exclamó . ¡Estas matas huyen!
Y ¿es posible que en pocos instantes haya crecido esa hierba? Nunca podré creerlo. Pues te repito que antes no había nada en ese terreno. ¿Nos ocultará alguna desagradable sorpresa? Mucho me lo temo, Cornelio. El matorral de que hablaban estaba formado por veinte o treinta matojos puestos en fila, y distaba menos de cien pasos de ellos. Pues yo, tío, voy pronto a aclarar ese misterio.
El ciego y fervoroso imitador de lo moderno se asemeja a alguien metido en enmarañado matorral, de donde le cuesta gran trabajo sacar la cabeza, así para orientarse como para que la gente le vea, mientras que el imitador de lo antiguo se asemeja a alguien que está en soto bien cultivado, de donde se arrancaron ya las matas enanas y espinosas, se podaron las ramas inútiles y se rozó la mala hierba.
En sermones de empeño, en días de gran función, el padre Jacinto era otro hombre: echaba muchos latines, ahuecaba la voz y esmaltaba su discurso de un jardín de flores, de un verdadero matorral de adornos exuberantes, que también gustaban á los discretos y finos de aquellos lugares.
Palabra del Dia
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