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Actualizado: 1 de junio de 2025
Matilde fué desde un principio una esposa modelo; pero los besos apasionados que yo le daba jamás eran correspondidos; jamás posaba su mirada sobre mí con cariño, y todos los pequeños sacrificios que por ella hacía ni siquiera eran notados, mucho menos agradecidos... En fin, llegó el día amargo en que la sospecha se tornó en certeza.
Eran piezas de techo más bajo; tenían encima un segundo piso, ocupado en otros tiempos por el abuelo de Febrer; habitaciones relativamente modernas, con muebles viejos de estilo Imperio y en las paredes estampas iluminadas del período romántico representando las desventuras de Átala, los amores de Matilde y las hazañas de Hernán Cortés.
Como es una mujer muy lista, en seguida comprendió el prodigio y salió de la estancia dando gritos de admiración. Pocos momentos después, llegaron los hermanos de Matilde y muchas otras personas.
Aquella era mestiza inglesa, su padre respetable comerciante escocés había heredado de sus mayores toda la rigidez de los principios puritanos, en cuya doctrina hacia dos años había bajado á la tumba, dejando á Enriqueta bajo la guarda de Matilde, casada hacia algún tiempo con un comerciante español quien á la sazón se encontraba en la provincia de Albay dedicado á su profesión.
Apagué la bujía, y de codos en la ventana me puse a contemplar el cielo. Era yo feliz, muy feliz. Mis labios quisieron pronunciar el nombre de Angelina, y sólo dijeron: ¡Matilde! La dulce niña de mi primer amor ocupaba todavía un lugar en mi corazón. Aquel recuerdo me llenó de tristeza.
En la escena última se han hecho los preparativos del torneo, delante del palacio de Arminda: Marfisa y Leonido se aprestan á la pelea, pero se conocen y combaten con cierto temor. Casimiro los separa, y se informa de su procedencia. Al presentarle las joyas, que ambos guardan, averigua que son los dos hijos gemelos suyos y de Matilde, princesa de Trinacria, que los ha dado á luz en secreto.
Vamos, don Alfredo, no le maree más... Mire que yo también voy a poner sus trapiyos sobre la mesa dijo la brevísima Matilde, que mientras comíamos se movía espiando nuestros deseos, satisfaciéndolos o haciéndolos satisfacer por Gervasio. El comandante se puso un poco colorado. Vaya, vaya, a callar, Colibrí. Más te valiera tener cuidado de que este arroz estuviese sabroso.
La impertinente voz de Matilde llamando á su hermana cortó nuestra conversación. Hasta el almuerzo no volvió á salir Enriqueta de su camarote. Mientras duró aquel se habló de distintas cosas, sin que pudiese reanudar la conversación pendiente, pues no bien se sirvió el café se volvieron á la cámara las dos mestizas.
El mareo de Enriqueta debió ir en aumento, pues antes de concluir la comida se levantó, diciéndole á su hermana: Acompáñame, Matilde. Enriqueta y Matilde, pues ya sabemos sus nombres, abandonaron la mesa, quedando solamente el sexo fuerte. El almuerzo terminó, y siguiendo la añeja costumbre, el fraile se despidió de nosotros para buscar una tranquila y cómoda digestión en unas horas de siesta.
A fe añadía entre dientes que cuando le eche la vista encima a mi señor sobrino, le espeto lo que viene al caso, por matar así a disgustos a aquella pobre Matilde que es un ángel. Mientras se solazaba Pilar de manera tan conforme a sus inclinaciones, aguardábala Lucía en el balcón del chalet. A aquella hora, nadie estaba en casa, ni Miranda, ni Perico; el Casino se los había tragado a todos.
Palabra del Dia
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