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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Me preguntó con voz débil, como si quisiera exhalar con aquella pregunta el último aliento, qué se me ofrecía. Cuando le dije que venía en busca de alojamiento y recomendado por el dueño del Hotel Continental de Marmolejo, abrió la puerta diciendo: «¡Ah!» Después, haciendo otro supremo esfuerzo sobre sí mismo, dijo: «Matilde, Matilde», dos veces consecutivas.
Mírame a mí, que no hago más que lo que me manda el Padre Nones, y he perdonado a la Pepa, a la Matilde, que me quiso envenenar, y a doña Malvina la protestanta y a todo el género mundano... ¡re...! Párate boca que ya ibas a soltarlo... Pues sí, perdonar; créetelo porque yo te lo digo. ¿Ves qué tranquila estoy?
A mí, la que me la hace me la paga. No sé si sabes que a la Matilde, aquella silfidona rubia... No sé, no la conozco.
Para no hacer largo este relato, le diré que mientras se llevaban a cabo los preparativos de nuestra boda, Matilde no hacía más que llorar, llorar... Lloraba de amor por mí, según me aseguró su madre... Matilde, he dicho, es y será la mujer más hermosa de la tierra. Pero, amigo mío, bien dice el refrán que no hay dicha completa en este mundo.
Matilde quiso ver las ropas y objetos de Laura, y ésta, por complacerla, se tomó la molestia de mostrárselos, sin notar las miradas penetrantes y codiciosas que aquélla posaba sobre ellos, ni la sonrisa de despecho que vagaba por sus labios.
Es más, como Matilde tenía un carácter más firme, o era más tiesecilla, según la expresión vulgar, pronto llegó a dominar a su dócil y bonachona amiga. Mas por lo que respecta a Eduardito, nunca había cesado aquel sentimiento de protección maternal con que Fernanda le trataba.
Ahora todavía, después de tantos años, suspiro a veces por la donairosa niña, objeto de mi primer amor. Matilde ha sido, viva y muerta, temida rival para cuantas me amado. Su nombre se me ha escapado de los labios, involuntariamente, cuando iba yo a decir el de otra mujer, y acaso sea el último que salga de mi boca a la hora de morir.
Palabra del Dia
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