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Actualizado: 1 de julio de 2025
Tampoco estaban ellos para bromas. En cambio, celebrábase gran fiesta en una casa de ricos comerciantes del barrio de Abajo, la de Sobrado Hermanos. Era el santo de Baltasar, único vástago masculino del tronco de los Sobrados, y cuando más diabluras hacía fuera el viento, circulaban en el comedor los postres de una pesada comida de provincia, en que el gusto no había enmendado la abundancia.
El masculino, enfadado y mohíno, no se atreve, sin embargo, a protestar ruidosamente, pero murmura de aquella falta de confianza, mientras la interesada, orgullosa de su ocurrencia, los contempla con sonrisa burlona. La desgracia fue completa. Los alfileritos obtuvieron un éxito tan lisonjero que no hubo niña que se subiese al aparato que no se hiciese coser la ropa previamente con ellos.
Todo el rebaño masculino que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran Premio en las carreras. ¡Ah! ¡La Brunna! decían con entusiasmo. La querida del rey Ernesto... una gran artista.
La adoración que sentía por Raimundo, inculcada por su difunta madre, no le impedía conocer las partes flacas de su carácter, débil, impresionable con exceso y pueril. Realmente en este aspecto ella representaba el elemento masculino y él el femenino dentro de la casa. Lloraba él con extremada facilidad; ella difícilmente.
Pronto la isleña curiosidad se enteró de los nombres de estos forasteros de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora Dupín, antigua baronesa separada de su marido, que se había hecho una reputación universal por sus novelas, firmándolas con un nombre masculino y el apellido de un asesino político: Jorge Sand.
Pero bella siempre. Su olfato masculino sintió en la mansa tranquilidad de su mirada, en su cuello mórbido, y en todo lo indefinible que denuncia al hombre el amor ya gozado, que debía guardar velado para siempre, el recuerdo de la Lidia que conoció. Hablaron de cosas muy triviales, con perfecta discreción de personas maduras.
Habíalas con tan rara propiedad vestidas, que cualquiera las tomaría por varones; las feas y hombrunas se brindaban sin repulgos a encajarse el traje masculino, y lo llevaban con singular desenfado.
Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes, que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición á los deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor Flimnap.
Buenas tardes, padre . Buenos ojos le vean, padre . Siéntese aquí, padre. No, ahí no, padre; véngase cerca del fuego. El sexo masculino le fué dando la mano con afectuoso respeto. La voz del sacerdote, al preguntar o responder en los saludos era suave, casi de falsete, como si en la pieza contigua hubiese un enfermo; su sonrisa era triste, protectora, insinuante.
Las defunciones acaecidas en el mismo año de 1855 fueron en número de 55,500 personas. Los matrimonios pueden calcularse á razon de uno por cada 147 habitantes, un nacido por cada 34, y una defunción por cada 43 personas. El sexo masculino, contra lo que generalmente sucede en otros climas, vive en Suiza ménos que el femenino; tampoco hay muchos ejemplos de longevidad en ningun sexo.
Palabra del Dia
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