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Actualizado: 2 de junio de 2025


Nada, nada, ya no hay boda; el marquesito se ha quedado con un palmo de narices. La niña, después del extraño suceso de su prisión y la muerte de su madre, volvió con más fuerza que nunca a sus aficiones piadosas: es una vocación decidida, no hay que darle vueltas.

Cuando el marquesito, por ejemplo, pedía noticias a Clara de las garzas, se imaginaba que el amor salía volando de sus palabras como salen estos graciosos animales de entre los juncos. No solamente, pues, por el cariño profundo que aquélla le inspiraba sino por verse libre de estos celos crueles que le mordían las entrañas experimentó viva satisfacción al saber la noticia.

El marquesito y Cirilo, al verle, se pusieron en pie y sus ojos no pudieron menos de expresar la sorpresa y la inquietud. El mismo Tristán, a pesar de hallarse bajo el peso de un desengaño doloroso, miró con estupor a aquel extraño personaje. Reynoso lo presentó con palabras afectuosas y cordiales, desvaneciendo la primera desagradable impresión.

En cuanto a Paquito, no se diga. Su primer amor había sido una criada que tenía su dormitorio en lo que hoy era despensa. Sabía el Marquesito andar por la cocina a obscuras, a gatas, y ya había medido con su agazapado cuerpo las dimensiones de la carbonera provisional que había cerca del fogón.

Entraron en el parque y se diseminaron por él. Tristán y Clara se apartaron del grupo; Reynoso se fue a dar algunas órdenes al jardinero. Elena con Visita, Cirilo y el marquesito entraron en el cenador.

Aquella breve escena dejó en el corazón de Tristán una alegría suave, íntima que se advertía en su mirada. Mas era el sino de este joven que jamás pudiera perdurar en él la calma. En cuanto se mezcló a los invitados advirtió un grupo de señoritas que rodeaban al marquesito del Lago y con él parecían divertirse.

Comprendió que todos habían interpretado lo mismo que él aquellas «ocupaciones». Eran ¡ay! cita de amor. «¡Tal vez con la Regentapensó el de Pernueces; y se prometió espiarlos. Don Álvaro Mesía, Paco Vegallana y Joaquín Orgaz salieron juntos. El Marquesito comprendió que a don Álvaro le estorbaba Orgaz. Oye, Joaquín, ahora que me acuerdo ¿no sabes lo que pasa? dirás.

En tales ocasiones solía encontrarse con que aquellos platos de segunda mesa se los comía Paco Vegallana, el Marquesito. Todo esto sabía Trabuco, pero no lo decía a nadie. Negaba las conquistas de Mesía.

«¡Esta es la moral positiva! decía el Marquesito muy serio cuando alguien le oponía cualquier argumento . , señor, esta es la moral moderna, la científica; y eso que se llama el Positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace daño positivo a alguien. ¿Qué daño se le hace a un marido que no lo sabe?».

Las últimas escapatorias más que a ella molestaban aún a Tristán. No podía ver al marquesito hablar con su novia sin sentirse acometido de un furor ciego, irracional. Irracional, , porque no existía motivo alguno para temer ni para sospechar que aquel niño pensase en sustituirle. Existía en el fondo, no hay que dudarlo, un acuerdo entre las naturalezas de ambos.

Palabra del Dia

rigoleto

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