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Actualizado: 2 de junio de 2025
La sonrisa que contraía el rostro de Tristán era tan extraña y su rostro se hallaba tan descompuesto, que el marquesito quedó paralizado. ¿Tendría usted la amabilidad de escucharme dos palabras? Con mucho gusto... ¿Pero no quiere usted pasar? No señor, gracias. ¿Es tan urgente el asunto? Lo es. Nanín quedó un instante suspenso. Bien, bien dijo al cabo . Será como usted guste.
Ese marquesito, o lo que sea, vino aquí un día y estuvo de visita con ella un cuarto de hora. Volvió a la semana siguiente, y la encerrona fue más larga, ¿te enteras? Después siguió viniendo cada tres o cuatro días. ¡Oh, cómo se le conoce en la cara a esa berganta, cuando le espera, cuando tarda, cuando no ha de venir! Tú eres un simple y no ves nada.
Usted me permitirá que le diga una cosa, amigo Aldama... ¿Verdad que me lo permitirá...? Pues bien, su novia es muy guapa, es guapísima..., yo no he encontrado nunca otra más guapa. ¿He dicho algo? ¿Eh, eh? ¿He dicho algo...? El marquesito con la faz congestionada y los ojos un poco extraviados hacía guiños maliciosos y metía su cara por la de Tristán.
No sé si es de primera o de última, pero no le oí hablar nunca de otra cosa. Me ha dicho Visita que es un chico muy simpático. Una pedrada en la cara no le hubiera hecho peor efecto a nuestro joven que aquella frase. Obscureciose su rostro y dijo con acento de concentrado desprecio: ¡El marquesito del Lago es un imbécil!
Tenemos casa para alojar dos familias numerosas... ¿Y dónde está ese niño? Quiero verle añadió con su franqueza y aturdimiento habituales. Clara hizo traer a su hijo. El marquesito le alzó entre sus manos de gigante y le zarandeó un rato con no poca alegría del infante, que soltaba carcajadas y se agarraba a sus orejas con igual confianza que a las de Fidel.
El marquesito alguacil recogió la llave que la presidenta le arrojó, y fue haciendo corvetas a entregársela al encargado de abrir el toril, cargo que, por cierto, se habían disputado un vizconde y el hijo del presidente del Tribunal Supremo. Sonó el clarín y saltó al redondel un torete negro, con bragas, de bonita lámina.
Ni para enfadarme ni para desenfadarme le pido a usted permiso... Por lo demás, me acomoda mejor hacerle a usted esa advertencia de palabra. No quiero que usted ponga los pies en mi casa. ¿Se ha enterado usted? El marquesito alzó los hombros con desdén. Lo mismo usted que su casa me tienen sin cuidado.
Por la calle pasa la ragazza con Doña Lorenza y el futuro Marquesito. ¡Oh terribil momento! El desdichado escritor levantóse de su asiento, tiró papel y plumas, sin cuidarse de que aquellos hombres funestos siguieran ó no encargados de la gestión de los negocios públicos.
Un problema negro, pavoroso se alzó delante de él. Clara. ¿Por qué había recibido la visita del marquesito? ¿Por qué se la había ocultado? Mucho menos que esto necesitaba su espíritu caviloso para lanzarse a todas las sospechas, a las hipótesis más graves. El corazón comenzó a palpitarle fuertemente, las sienes le latían como si su cabeza fuese a estallar: emprendió la carrera hacia su casa.
El Marquesito las detuvo haciendo una cortesía exagerada, que era una de sus maneras de hacer esprit, como decía ya el mismo Ronzal. Mesía saludó muy formalmente. De la confitería nueva salían chorros de gas que deslumbraban a los vetustenses, no acostumbrados a tales despilfarros de gas.
Palabra del Dia
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