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El Juan Ortiz, que supo esta maraña, Comienza de hacer informaciones; Convièrtese el amor en pura saña, Y dice del vicario mil baldones: Al fin se en la cosa tanta maña, Que sube Trejo arriba con prisiones, Dejando en este puerto mal parada La gente que ha quedado de la Armada.

Y se oyó el leve, pero característico ruido de las tijeras, que cortaron con trabajo los cabellos del centro de la cabeza de doña Clara. ¡Oh, Dios mío! Esto es demasiado largo; no puede sacarse un ramal tal de marañas; el pelo de maraña es más corto. ¿Pero qué maraña es esa, señora? Una verdadera maraña que sola puedes desenredar. ¡Yo! , , y de una manera muy dulce.

Eso era lo que había herido sus ojos desde el primer instante, con tal extrañeza, que perturbó su visión. ¡Ay, estas flores!... Pasó el resto del día pensando en ellas. Al tenderse en su lecho, la obscuridad simplificó la maraña de pensamientos y dudas que se revolvía en su cerebro. Lo vió todo con una nitidez fría y cortante. «¡Ya ha sido

Algunos días estuvo encubierta y solapada en la sagacidad de mi recato esta maraña, hasta que me pareció que la iba descubriendo a más andar no qué hinchazón del vientre de Antonomasia, cuyo temor nos hizo entrar en bureo a los tres, y salió dél que, antes que se saliese a luz el mal recado, don Clavijo pidiese ante el vicario por su mujer a Antonomasia, en fe de una cédula que de ser su esposa la infanta le había hecho, notada por mi ingenio, con tanta fuerza, que las de Sansón no pudieran romperla.

A D. Gabriel el caso refiriendo El guaraní con pecho y osadia, Y toda la maraña descubriendo, Que trabada Salgado ya tenia, Al tiempo que la iba mal tejiendo, El hilo conocido descubria El triste de Salgado, de tal suerte, Que vino á fenecerse con la muerte.

Toda su prole se sublevaba. Sólo se componía de unos cien muchachos, pero se hubiera dicho que la tierra entera había empezado á gritar. Por primera vez en su vida Eva contempló atentamente á sus hijos. Eran demasiado feos para presentarlos al Señor. Tenían los cabellos en maraña, las mejillas manchadas de barro seco y las narices cubiertas de costras.

Aquel viaje, rápido como una visión cinematográfica, dejando en Rafael una confusa maraña de nombres, edificios, cuadros y ciudades, sirvió para dar a sus pensamientos más amplitud y ligereza, para hacer mayor aún el foso que le aislaba dentro de su vida vulgar.

Los zapatos, más largos que los pies, doblaban sus puntas hacia arriba; el pantalón de pana ceñíalo a la cintura con una cuerda de esparto; la camisa abierta dejaba al aire una maraña de pelos blancos y la piel apergaminada del cuello con sus tirantes ligamentos.

Metióse las manos en los bolsillos, y miró detenidamente aquella inextricable maraña, silbando débilmente aires truncos. Después de observar de nuevo el bosque a uno y otro lado, retornó bastante desilusionado. Al día siguiente, sin embargo, recorrió la picada central por espacio de una legua, y aunque su fusil volvió profundamente dormido, Benincasa no deploró el paseo.

Por dos veces ò tres se han carteado, Y en breve se ha forjado la maraña: Lo que Abrego con ellos ha tratado No decir, que usò siempre de maña. Una noche con cartas han llegado, Y al punto con tirana y cruda saña Prendieron al teniente, y