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Actualizado: 25 de junio de 2025
Sentía el deseo de nadar un poco en aguas más profundas, pues el mar sólo le llegaba á la cintura en sus idas y venidas. Y después de acarrear cuatro piedras en vez de dos, se echó de espaldas en el agua, nadando mar adentro. Este simple juego produjo gran alarma en los buques y las máquinas aéreas, que hasta entonces habían evolucionado mansamente.
Los gritos de la vieja y sus entusiastas arrumacos, haciendo reír a los empleados del hotel, rompieron la severa consigna que retenía en la puerta de la calle a un grupo de curiosos y pedigüeños, atraídos por la presencia del torero. Atropellando mansamente a los criados, se coló en el vestíbulo una irrupción de mendigos, de vagos y de vendedores de periódicos.
Doña Manuela iba entre tanto sometiéndose mansamente a la influencia de Tirso: su carácter débil aceptó la inclinación que éste quiso darle, como hubiera tolerado cualquier otra. Nadie hasta entonces la dijo lo que su pensamiento había de acoger o rechazar, y fue indiferente en religión por serlo los que la rodeaban, que a ser fanáticos en cualquier sentido, fuéralo ella también.
Ferragut recordó las flotas á vela de otros siglos, escoltadas por navíos de línea, siguiendo su rumbo á través de incesantes batallas; los remotos viajes de los galeones de las Indias, saliendo de Sevilla para llegar en rebaño á las costas del Nuevo Mundo. La doble fila de cascos negros con penachos de humo avanzaba mansamente en las jornadas de bonanza.
Por su influjo las olas devastadoras de los rios desbordados vuelven mansamente á su cáuce, como dispersas reses al rebaño, y cesan las inundaciones; por su influjo las legiones invisibles de ángeles esterminadores que ejecutan las iras divinas llevando á los pueblos las pestes, se replegan respetuosas sin descargar la tremenda plaga.
Y mansamente, como quien no quiere saber nada, me ha preguntado por mi amigo; y yo, ¡figúrese!... le he dicho que era usted un gran poeta, un notable personaje; he hablado de su familia, de su gran fortuna, de que va a América por el solo gusto de pasear, y de las muchas señoras que se deja en Madrid muertas de pena... Fernando hizo un movimiento de protesta. No se enfade, Ojeda; no se queje.
Mientras se vestía á toda prisa, pudo adivinar que el timón estaba funcionando violentamente y el buque cambiaba de rumbo. Al subir, le bastó una ojeada para convencerse de que el vapor no corría peligro. Todo en él presentaba un aspecto normal. El mar, todavía obscuro, batía mansamente sus costados, mientras seguía avanzando con una marcha uniforme. Las cubiertas estaban limpias de pasajeros.
Con sus manos rústicas, a las que pretendía infundir cierta delicadeza femenil, pugnaba por formar unos tapones de hilas, intraduciéndolos en aquellos orificios de carne rota y sanguinolenta, que seguían vomitando mansamente el rojo líquido.
Sentóse sobre un tronco, suspirando. Y se quedó absorto, mirando correr las olas, que se perseguían las unas a las otras, encrespadas de furor, e iban a morir mansamente a sus pies... La lucha interna seguía, entretanto.
La barca se arrastró primero mansamente sobre la tranquila superficie de la bahía; después ondularon las aguas y comenzó a cabecear: estaban fuera de puntas; en el mar libre. Al frente, el oscuro infinito, en el que parpadeaban las estrellas, y por todos lados, sobre la mar negra, barcas y más barcas que se alejaban como puntiagudos fantasmas resbalando sobre las olas.
Palabra del Dia
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