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Y los soldados descendían de los automóviles en el mismo margen de la batalla, haciendo fuego así que saltaban del estribo. Todos los hombres que sabían manejar el fusil los había lanzado Gallieni contra la extrema derecha del enemigo en el momento supremo, cuando la victoria era aún incierta y el peso más insignificante podía decidirla.

Sin duda alguna, le temía al Ceco. Y ciertamente que tenía razón de temerle exclamó fray Antonio, con sus obscuros ojos brillantes, vueltos hacia los míos en medio de la semiobscuridad. El Ceco no es un individuo fácil de manejar. Pero ¿con qué fin ha ido a Londres? le pregunté. ¿Acaso ha ido con malas intenciones?

Consecuencia fué de esto, como dice un escritor contemporáneo, que, ya desde entonces, no se tuviese por noble sino al que sabía manejar las armas, y era al mismo tiempo poeta y sabio.

¿Pero qué está usted diciendo... señora?... No, yo no digo nada. Me repugnaría, puedes creerlo, manejar esos fondos. ¿Pero qué fondos, ni qué...? Usted está soñando. Vaya... si pretenderás que me trague yo esa rueda de molino más grande que esta casa. ¡Si me querrás hacer creer que no te da...! ¡A !

¡Vive Dios! exclamó el general levantándose colérico y rechazando con el pie el sillón, que fue rodando al centro de la sala; ¿me has tomado por un recluta? ¿Crees que voy a dejarme manejar por una mujer, por una muñeca? Usted vendrá, señora; usted vendrá, porque yo se lo ordeno. He dicho que no. ¿Y por qué? ¡voto a!... ¿por qué?

Con otros dos que nombró Arturito concertaron un lance, el cual, por hallarse muy embravecidos los dos contrarios, no podía menos de ser serio. Arturito no sabía manejar el sable, ni esgrimir la espada, ni tirar a la pistola. Era menester procurar para él la menor desventaja posible, equilibrando las fuerzas y buscando iguales probabilidades de triunfo.

Pasada media noche, estaban todos ebrios. Las mujeres, perdido el pudor, asediaban con su admiración al espada. Este se dejaba manejar impasible por las manos que se lo disputaban, mientras las bocas le sorprendían con ardorosos contactos en las mejillas y el cuello. Estaba borracho, pero su borrachera era triste. ¡Ay, la otra!... ¡la rubia verdadera!

Facundo apresura sus preparativos; arde por llegar a las manos con un general manco, que no puede manejar una lanza ni hacer describir círculos al sable. Ha vencido a La Madrid; ¡qué podrá hacer Paz!

Toribión de Lorío empalideció también; pero reponiéndose presto se lanzó sobre su rival soltando espumarajos de cólera. Alzó su garrote enorme como una tranca que sólo él era capaz de manejar y lo descargó con tal ímpetu sobre la cabeza de Nolo que se la hubiera partido si éste no hubiera evitado el golpe esquivando el cuerpo.

Pues estamos de doble enhorabuena: confío en que sabrás manejar al rey. ¡Oh, ya lo veremos! No me ocultes nada. ¿Y cómo? ¿Qué soy yo sin ti? Don Rodrigo es lo que más nos conviene. Serviré á don Rodrigo. Creo que este asunto esté concluído; y ahora recuerdo que me han dicho que contigo venía una mujer joven, hermosa, ricamente vestida.