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Actualizado: 28 de junio de 2025
Cuando volvimos adonde estaba Mabel, la encontramos durmiendo tranquilamente, postrada por la fatiga. Entonces persuadí a su padre de que se quedara en mi casa aquella noche, con el fin de que la pobre niña pudiese descansar, y, como consintiera, nos volvimos al comedor, donde nos sentamos a fumar y permanecimos varias horas conversando.
Tranquilícese usted, Mabel se apresuró a contestar la burlona Diana; ha sido prevenido por orden mía. ¡Qué extraña idea tiene usted de nuestra manera de comprender los deberes para con los huéspedes, para suponer que María Teresa y yo no trataríamos de procurar a nuestras amigas el mayor placer posible!
El reloj de la caballeriza dio las doce antes que Mabel llamara a la señora Gibbons, y el esposo de ésta viniese también en seguida, trayéndome un reconfortante whisky y un poco de agua caliente. Mi pequeña y linda compañera me estrechó alegremente la mano, deseándome buenas noches, y después se retiró, acompañada por el ama de llaves, mientras Gibbons se quedó mezclando mi bebida.
Por espacio de un cuarto de hora, mientras Reginaldo estaba ocupado con los Dawson, père et fille, permanecí en consulta con la viuda, tratando de ver si conseguía algún indicio sobre el paradero de Mabel. La señora Percival pensaba que, más pronto de lo que creíamos, nos haría saber dónde estaba oculta; pero yo, conociendo tan bien la firmeza de su carácter, no participaba de su opinión.
Salí de la pieza y me reuní a Mabel, que me esperaba vestida en el vestíbulo. Después de despedirse rápidamente de Isabel Wood, su antigua condiscípula, la saqué de allí, la hice subir a la volanta y con ella me volví a Chipping Norton.
Aquella acción súbita e inesperada de Mabel me sorprendió y disgustó, porque yo había creído que nuestra amistad era de una naturaleza tan íntima y estrecha, que me hubiera permitido, por lo menos, dar una mirada a lo que había escrito su padre.
¡Si me atrevo! repitió, sonriéndose a través de las lágrimas, que llenaban sus ojos. ¿No he confiado en usted en estos cinco años? ¿No ha sido usted, acaso, mi mejor amigo desde la noche en que por primera vez nos conocimos, hasta este momento? ¿Pero siente usted por mí, queridísima Mabel, suficiente estimación? le pregunté, profundamente conmovido por sus palabras. Quiero decir, ¿me ama?
Apenas me vio la respetable y repulida viuda, se puso de pie y exclamó terriblemente angustiada: ¡Oh, señor Greenwood, señor Greenwood! ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo vamos a tratar a esta gente detestable? La pobre Mabel salió esta mañana y se dirigió en el bróugham a la estación Euston. Allí le entregó esta carta a Peters, dirigida para usted, y luego despachó el carruaje. ¿Qué significará todo esto?
Aquella escena de media noche, con todos sus románticos y extraños detalles, aquel episodio de lo pasado, cuando el fatigado caminante y su hija habían sido mis huéspedes por vez primera, y todos sus recuerdos acudieron a mi memoria la tarde fría y brillante en que descendí de un coche, al siguiente día de la investigación verificada en Manchester, delante de la gran mansión blanca de la plaza Grosvenor, y supe por Carter, el solemne sirviente, que la señorita Mabel estaba en casa.
Después que Mabel me permitió fumar un cigarrillo y le dijo a Gibbons que deseaba que nadie la viniese a molestar durante una hora o más, se levantó y cerró con llave la puerta, para que pudiéramos emprender el trabajo de investigación sin que sufriéramos interrupción alguna.
Palabra del Dia
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