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Actualizado: 4 de junio de 2025


Allí iba la tonta, la literata, Jorge Sandio, la mística, la fatua, la loca, la loca sin vergüenza». Ni un solo pensamiento de piedad vino en su ayuda en todo el camino. El pensamiento no le daba más que vinagre en aquel calvario de su recato.

El observador hubiera visto moverse sus labios, deletreando en silencio la lectura mística, mientras dirigía con súbita mirada los ojos hacia la puerta, los tornaba en derredor, miraba á Clara sin fijeza, y, por último, se quedaba con la vista fija en el espacio, como cuando nos abandonamos á la contemplación de lo que no está junto á nosotros ni donde estamos nosotros.

Era, sin darse cuenta de ello, una mística del amor; quería sentirlo y poseerlo en espíritu, con la suave delicia del arrobamiento; y como aquella belleza que suponía funesta le sujetaba al suelo, maldecía de ella viendo en la expresión turbadora de sus ojos, en la púrpura de sus labios, y hasta en el timbre voluptuoso y penetrante de su voz, otros tantos presagios de irremediables infortunios.

Pero la esperanza humana, que en otras épocas fue puramente mística y por eso tal vez miraba a Oriente, es ahora positiva, cifra sus anhelos en el bienestar material y se dirige hacia Occidente. Todos queremos ser ricos, necesitamos serlo, y esta esperanza comunica a las tierras lejanas el prestigio de la ilusión.

Tal vez era fábula cuanto había oído contar a los letrados de la primera expedición mística al Fusang de los discípulos de Fo en busca de un elixir que los hiciese inmortales. Tal vez eran fábulas también otras expediciones ulteriores.

Nosotras, es verdad que no necesitamos caballeros; pero no es indecoroso que ese joven nos acompañe. ¡Oh! No atendamos tanto á las preocupaciones del mundo. Pero si á ese joven le conocen por libertino dijo Paz y le ven con nosotras.... Ante este argumento vaciló un momento la mujer mística, y casi no supo qué contestar.

La debilidad había aguzado y exaltado sus facultades; Ana penetraba con la razón y con el sentimiento en los más recónditos pliegues del alma mística que hablaba en aquel papel áspero, de un blanco sucio, de letra borrosa y apelmazada.

Cuando llegó a noticia de Momo que Marisalada iba a ponerse bajo la tutela de Rosa Mística, para aprender allí a coser, barrer y guisar, y sobre todo, como él decía, a tener juicio, y que el doctor era quien la había decidido a este paso, dijo que ya caía en cuenta de lo que don Federico le había contado de allá en su tierra, que había ciertos hombres, detrás de los cuales echaban a correr todas las ratas del pueblo, cuando se ponían a tocar un pito.

Lo que está usted oyendo. Ya nadie nos conoce sino por el mal nombre que nos han puesto esos condenados monacillos. ¡Estoy atónito, Rosita! No puedo creer... Don Modesto se quedó con la boca abierta y los ojos fijos en el suelo. , señor continuó Rosa Mística ; la vecina es quien me lo ha dicho, escandalizada, y aconsejándome que vaya a quejarme al señor cura.

Ya no le pesa, antes se regocija, de que Juanita no sea monja, porque la quiere mucho y se le cae la baba cuando la ve tan hermosa y cuando oye su dulce voz y sus discretas razones. Doña Inés, no obstante, sigue siendo su preferida, por lo mística que es y por la mucha teología que sabe.

Palabra del Dia

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