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Actualizado: 4 de junio de 2025
Y ustedes, ¿por quién enseñan? ¡Oh, el cardenal de Luca!... ¿Qué dice usted?... ¡Diez y siete volúmenes en folio!...» Es verdad que el viajero que se acerca a Córdoba busca y no encuentra en el horizonte la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo y borlas de doctor.
Era muy dada a los libros; pero sólo leía cuando se lo permitían sus quehaceres. Leía todas las noches el «Año Cristiano», y se sabía al dedillo las vidas de los santos. Una noche le tocó leer la vida de Santa Teresa. ¡Jesús! exclamó. Si ya me la sé de memoria. ¡Puedo repetirla del pe al pa! Y como tía Carmen dudara, Angelina refirió, con muy buen acuerdo y muy donosamente, la vida de la mística.
La teología mística, en lo esencial, y dentro de la más severa ortodoxia católica, tenía que ser la misma en todos los autores; pero ¿cuánta originalidad y cuánta novedad no hay en los métodos de explicación de la ciencia? ¿Qué riqueza de pensamientos no cabe y no se descubre en los caminos por donde la Santa llega a la ciencia, la comprende y la enseña y declara?
¡Oh, la mística paloma de las pálidas canciones! A través de nausebundas humaredas, por encima de campiñas que atraviesan las veredas, entre el ronco estremecer de los cañones, entre el trueno de las turbas que fatídicas vocean por encima de sepulcros y de alfombras funerarias, suspirando sus plegarias, va esfumándose su vuelo, y se aleja con sus alas de los mundos que pelean y se acerca con sus ansias a las cúpulas del cielo.
Señor dijo gravemente Rosa Mística , ese camino es el de la via crucis, y usted lo profana con ese nombre moruno. El alcalde se tapó los oídos y echó a correr.
Era Magdalena, tocada en medio de una vida de frivolidades galantes y de locos escándalos por la sublimidad mística del arte y se arrojaba a los pies de El, del Maestro soberano, como el más victorioso de los hombres, señor del sublime misterio que turba las almas.
¿Qué dices? repitió después de una pausa. Usted está enferma, muy enferma, señora dijo Lázaro, que empezó á creer que doña Paulita deliraba ó estaba loca. La mujer mística sonrió de un modo inefable mirando al cielo y estrechando contra su pecho la caja del tesoro, como si fuera la persona del mismo Lázaro.
¿Qué hace Mario allí parado? preguntó Carlota volviendo la vista atrás. Rivera se volvió también y, al observar la actitud contemplativa del artista y la extraña expresión mística de sus ojos, comprendió lo que pasaba en su alma. Déjalo manifestó gravemente. Tu marido quizá sepa en este momento dónde se halla el origen del pensamiento.
No era la lánguida y complaciente enamorada: ni era tampoco la penitente mística; era la maja de rompe y rasga, insolente y soberbia, capaz de herir con groseros y ponzoñosos insultos, y capaz de matar con la llama fulmínea de sus ojos, cuando no con puñales. Vete, huye exclamó apártate de mi presencia.
Eso es lo principal, querido repuso la señá Rafaela adoptando repentinamente una actitud de mística beatitud. Los bienes terrenales ¿qué son comparados con los del cielo? Hay que sembrar aquí para recoger allá. Los sentimientos religiosos ante todo. Pero voy a decirle una cosa: las muchachas ricas son tan buenas como las pobres... y además son ricas.
Palabra del Dia
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