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Actualizado: 27 de junio de 2025
Era el marqués del Valle de Oaxaca, don Hernán Cortés, que había conquistado Méjico y venía en la expedición ansioso de medirse con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una galera equipada a su costa, acompañado de sus hijos don Martín y don Luis. Una magnificencia real envolvía al lejano conquistador, dueño de fantásticas riquezas.
Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre las rodillas, visitó a la solitaria de Son Vent.
Un antiguo escritor de curiosidades sevillanas, el ya nombrado don Diego Ignacio de Góngora, da noticias de la estancia en Sevilla de doña Catalina, y escribe en este punto las siguientes líneas: «Yo hablé con el P. Fray Nicolás de Rentería, religioso capuchino, que murió portero en el convento de religiosos capuchinos de Sevilla, hombre ya muy anciano, que, siendo mozo y seglar, había estado en las Indias, en la provincia de Nueva España, el cual me dijo que había conocido á la monja alférez en Veracruz, donde tenía una recua de mulos para llevar las ropas y mercaderías que traían la flota á Méjico y tierra adentro y bajar la planta que embarcaban los galeones, y que había realizado mucho caudal en este género de tráfico y ocupación.»
HERRERA, Decada 4, lib. 2, cap. 4, fol. 26; cuya salida al nuevo Méjico por tierra, con tres compañeros, es uno de los mayores sucesos de las Indias, aun sin los prodigios que hicieron con los indios.
¿Y sabéis si, por ventura, ese Gaspar tomó bandera en Sevilla para los tercios de Méjico? De Méjico nos escribía, respondió Margarita; pero él nunca nos dijo en sus cartas hubiese entrado en la milicia; y si entró callolo, sin duda por no dar pesadumbre a sus padres.
El guerrillero, durante la presidencia de Carranza, conoció todas las dulzuras del poder. De la capital de Méjico le llegaban grandes sobres con el sello del gobierno llevando esta inscripción: «Al ciudadano general Doroteo Martínez, comandante de las tropas en operaciones.»
Habíale dicho también el criado como iba proveído por oidor a las Indias, en la Audiencia de Méjico. Supo también como aquella doncella era su hija, de cuyo parto había muerto su madre, y que él había quedado muy rico con el dote que con la hija se le quedó en casa.
A mí me incomoda un poco cuando la oigo disparatar... y eso por lo que va conmigo; pero en cuanto la pierdo de vista, te juro que me hace reír... Ríete tú también... Pero ¡ay, Dios mío!... Si Nacho ha salido de Méjico, ya no puede recibir allá la carta que yo pensaba escribirle. Naturalmente.
Tal vez lo vió uno nada más, y los otros hablan por agradar á los vencedores. ¡La soledad nocturna de las calles de Méjico!... Detrás de cada persiana hay ojos que sólo ven cuando les conviene; bocas mudas que sólo hablan cuando llega el momento oportuno.
Sabe hace tiempo, por las cartas de don Marcos, que Alicia se acordó de él en su último instante, dejándolo heredero de sus minas de plata en Méjico, de todo lo que poseía al otro lado del mar: nada por el momento, tal vez en el porvenir una fortuna casi igual á la que Lubimoff tenía antes en Rusia. Permanece con los ojos fijos en la sepultura.
Palabra del Dia
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