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Actualizado: 4 de junio de 2025
Y sin embargo, aunque más feliz indudablemente en cualquiera otra parte, allá en lo íntimo de mi sér existe un sentimiento respecto de la vieja ciudad de Salem, al que, por carecer de otra expresión mejor, me contentaré con llamarlo apego, y que acaso tiene su origen en las antiguas y profundas raíces que puede decirse ha echado mi familia en su suelo.
Desde chicos los crían tan encogidos que, si les mandan llamar a alguno, aunque lo tengan a la vista, no saben levantar la voz para llamarlo, y van donde está, y allí le dicen que lo llaman; tampoco acostumbran ni les permitían el tocar en sus casas guitarras ni otro instrumento, y menos el tener bailes caseros; en el día se les permite, aunque con bastantes limitaciones.
Toma, dijo, dándole el cigarrillo á una india, que supimos era la esposa del enfermo, cuando le suba el frío, hay que traerlo abajo, y para llamarlo, tienes que taparle con eso todas las respiraciones ¡Santos cielos! exclamamos en nuestro interior, ¡cuántas respiraciones conocerá ese constructor de cigarrillos!
La veneracion pública borró el nombre de San Pedro y San Pablo, para llamar al nuevo edificio Santa Genoveva. La Asamblea constituyente borró el nombre de Santa Genoveva, para denominarlo el Panteon, despojándolo del culto católico. Napoleon I no le volvió el nombre de la santa; pero le devolvió su culto. La restauracion borra el nombre de Panteon, para llamarlo nuevamente Santa Genoveva.
Lo mismo me parece eso, que lo que aquí se hace de tejas abajo, quitando al poder el título de rey para llamarlo presidente, primer cónsul o protector. Estoy cierta de que antes de haber consumado del todo su rebeldía, Lucifer nombraba a Dios el Ser Supremo. Pero tía, no podréis negar observó Rafael que es más respetuoso y aun más sumiso. Anda a paseo, Rafael contestó con impaciencia la marquesa.
Aturdido, al verse frente a frente de la dama, dio un paso atrás, diciendo atropelladamente: El señor marqués está fuera... Ya lo sé... Busco a Damián. No fue necesario llamarlo: por el extremo del pasillo asomaba este la cabeza, y veíanse detrás el ama de llaves y el cocinero, todos rubicundos y sofocados, como si viniera a sorprenderles la visita al final de un opíparo banquete.
Bien encomendadas a mi memoria todas estas circunstancias, me despedí del soldado, quien para llamarlo cuando la ocasión llegase me dió las señas de tres palmadas, con tres palabras que hará una hora que recité y ya las he olvidado con mayor espanto mío.
Dicho esto, le entró una congoja y una convulsioncilla de estas que las mujeres llaman ataque de nervios, por llamarlo de alguna manera, seguida de un espasmo de los que reciben el bonito nombre de síncope. Fue preciso traerle un vasito de agua, desabrocharle el corsé, y no sé qué más. Pero yo... ¿cómo...? exclamaba Rosalía, mucho después, espantada , ¿cómo puedo yo...? Pidiéndolo a D. Francisco.
No niego que esto es preferible á vernos asaltados por una partida de beduinos ó de turcomanos, pero nosotros nos guardarémos muy bien de llamarlo virtud. Le llamarémos habilidad; virtud, no. ¿Por qué no? Vamos á explicarnos; pero, lector mio, con tu vénia, hablarémos en adelante en singular. Yo tengo una tienda, un café, un teatro, una fonda.
Juan lo abrió, presintiendo que venía de Etretat; leyó: «Tengo necesidad de ti, ven inmediatamente, esperamos. Aubry.» Juan quedó estupefacto. ¿Para qué podían necesitarlo? ¿Por qué llamarlo así bruscamente? ¿El señor Aubry habría recaído en su enfermedad? El laconismo del telegrama lo alarmaba. ¿Volver a Pervenche?... era un sufrimiento moral superior a sus fuerzas.
Palabra del Dia
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