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Verdad; vuestra esposa Luisa de Robles es querida del sargento mayor don Juan de Guzmán, y aun sospecho que lo que lleva en la Luisa, sea cosa de ese mayor sargento, como no me cabe duda de que Inesita, á la que llamáis vuestra hija, es cosa, cosa indudable, de un paje talludo. Os aconsejo que dotéis bien á la Inesita, porque es hija de buen padre. Pues mirad, ya lo había yo sospechado.

Horacio Vernet llora por aquel hombre desamparado; Horacio Vernet le da sepultura, le da tierra sagrada; le hace esa última y suprema piedad; Horacio Vernet da al mundo una lágrima para que la vierta sobre esa tumba, esa tumba que él ha construido en ese cuadro, por que ese cuadro es una sepultura cristiana, la violeta que nace al pié de una cruz, el ciprés que se eleva en medio de una soledad: ¿y á eso llamais gentilidad, protestantismo, revolucion? ¿Enterrar á un cristiano insepulto es revolucion, protestantismo, gentilidad?

D. César comenzó por sonreir con extraña benevolencia. Sus ojos pequeños se hicieron más pequeños aún y brillaron dulcemente; su nariz aquilina enrojeció súbito; sus labios finos se plegaron con ironía clásica. Y al cabo, extendiendo la mano, echando atrás la cabeza y cerrando sus ojillos, profirió con pausa académica: Ignoro, señores míos todos y muy queridos amigos algunos, si esos que llamáis progresos industriales van tan estrechamente unidos á la causa de la civilización como os complacéis en suponer. El genio del hombre, excitado por la necesidad é irritado por los obstáculos, se arroja á la conquista de la tierra y descubriendo sus secretos los utiliza para su alivio. Mas con frecuencia ¡oh amigos y señores míos! va más allá de lo que le dicta la santa naturaleza.

El mismo Sol, que nos parece inmenso comparado con nuestro globo, no es más que un átomo de la inmensidad. Eso que llamáis estrellas son otros soles como el nuestro, rodeados de planetas semejantes a la Tierra, y que por su pequeñez resultan invisibles. ¿Cuántos son? El hombre perfecciona sus instrumentos ópticos, y conforme avanza en el campo del cielo, descubre más y más.

PELAYO. Aun no lo sabe Bien, que con un cucharón, Si la pecilga un garzón, Le suele pegar un cabe Que le aturde los sentidos; Que una vez, porque llegué A la olla, los saque Por dos meses atordidos. D. TELL. ¿Y vos? PELAYO. Pelayo, señor. D. TELL. No hablo con vos. PELAYO. Yo pensaba, Señor, que conmigo habraba. D. TELL. ¿Cómo os llamáis? LEONOR. Yo, Leonor.

12 Así que, después que les hubo lavado los pies, y tomado su ropa, volviéndose a sentar a la mesa, les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? 13 Vosotros me llamáis, Maestro y Señor; y decís bien; porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos de los otros.

Escuchaban el primo y Sancho las palabras de don Quijote, que las decía como si con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese a entender lo que decía, y les dijese lo que en aquel infierno había visto. ¿Infierno le llamáis? -dijo don Quijote-; pues no le llaméis ansí, porque no lo merece, como luego veréis. Pidió que le diesen algo de comer, que traía grandísima hambre.

Reíase de oír decir estas razones don Quijote; y, con mucho sosiego, dijo: -Venid acá, gente soez y malnacida: ¿saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballería andante, ni os a entender el pecado e ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante!

Es verdad dijo el padre Aliaga ; vos no os llamáis Margarita, pero ese mismo nombre tenía una infeliz á quien os parecéis como vos misma cuando os miráis al espejo. ¡Oh Dios mío, qué semejanza tan extraordinaria!

Todos os queremos tener por capitán en esta próxima campaña; y lo que la Guardia Blanca quiere ¿quién lo impide? ¡Pues me gusta! exclamó el barón sin ocultar su contento. La verdad es que si todos aquellos arqueros se os parecen, no hay jefe que no deba sentirse orgulloso de mandarlos. ¿Cómo os llamáis? Simón Aluardo, del condado de Austin. ¿Y el gigante ese?