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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Barbarita se echó a reír con donaire. «Pero qué, ¿os han dado otro timo?». Quia; ahora no. Este es auténtico... este es de ley; no tiene hoja, como el otro, por quien perdiste la chaveta. ¡Bah!, no quiero oírte... repuso Barbarita con humor festivo, y se separó de ellas para ir presurosa a la iglesia. Oye... mira dijo Guillermina llamándola... Cuando salgas, date una vuelta por las tiendas.

Pero los amores de mi niña eran la hermana San Sulpicio, una andaluza hermosísima, llena de gracia y atractivo; había cuatro chicas enamoradas de ella perdidamente; pero la que se llevó la palma y llegó a ser su favorita al cabo de algún tiempo, fue Maximina; sin embargo, la hermana, que era un poco coqueta al parecer, se complacía algunas veces en mortificarla mostrándole gran frialdad o adoptando con ella un continente severo, hasta que viendo su cara contristada, se echaba a reír y le tiraba suavemente de una oreja, llamándola tonta.

Eran, en una palabra, los que divinizaban todas las miserias, todos los rigores que martirizan al hombre, marcando, en cambio, con el sello de la execración las únicas alegrías que están á su alcance. Aquellos enemigos de la vida, la insultaban llamándola valle de lágrimas. ¿No deseaban salir de ella cuanto antes?

En esto se oyó la voz de Carmen llamándola; sus gritos bajaban atravesando el vestíbulo y llenando toda la casa con la contagiosa alegría mundana que había traído José Luis. Subamos, lo conocerás, es un muchacho muy bien. , eso, un muchacho muy bien. Entretiene, divierte, es oportuno y muy agradable.

Creció su orgullo y aquella languidez señorial, imponente, que hacía morir de envidia y de rabia a las señoras y señoritas de la villa, quienes se vengaban de su desprecio llamándola, en sus horas de murmuración, «la princesa del Bacalao». La muerte de su madre, a quien todo el mundo había conocido en Sarrió artesana, «con pañuelo atado atrás», como allí se decía, contribuyó tanto como la gran cruz de su padre a elevar el nivel social de la familia, a aristocratizarla, por decirlo así.

Sólo se habla de él cuando de ella se habla, llamándola, la mujer de Putifar, por donde él es sólo mencionado como marido. Escarmentemos pues en cabeza ajena y procuremos que nada semejante nos ocurra. Este y otros razonamientos por el mismo estilo tenía a Morsamor sobre ascuas.

Ella cruzó ante el árbol tras el que don Juan estaba escondido y pasó de largo; él, entonces, salió, llamándola en voz baja: ¡Cristeta, Cristeta mía! Sin detenerse, repuso: Anda... anda hasta que perdamos de vista el coche.

La Iglesia, que teme la irreligiosidad de la salud, ocupa, como usted dice, todas las avenidas de la vida, para que el hombre no se acostumbre a existir sin ella, llamándola únicamente a la hora de la muerte. Los muertos le producen mucho dinero, son su mejor finca; pero quiere igualmente reinar sobre los vivos. Nada se escapa a su despotismo y su espionaje.

Esto no lo oyó Rubín, que a la sazón estaba jugando a las damas con Izquierdo. Trajeron la leche, y cuando Encarnación se la servía a su ama, esta vio que habían caído dos moscas; le entró mucho asco y puso a la chiquilla como hoja de perejil, llamándola puerca y descuidada. El regente mandó traer más leche, y dijo que la de las moscas se la bebería él, pues no tenía asco de nada.

Iba la muchacha a entrar en el portal de su casa, cuando la detuvo llamándola por su nombre: volvió el rostro la chica, acercose el caballero y cambiaron unas cuantas frases, que denotaban gran confianza.

Palabra del Dia

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