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Actualizado: 1 de julio de 2025


Hice un lío con la poca ropa que tenía; saqué hasta treinta reales, que eran todos mis ahorros, del escondrijo donde los ocultaba, antes del amanecer tomé a campo traviesa el camino de Madrid, y aquí entré por la carretera de Extremadura y la calle de Segovia. Han pasado siete años, y me acuerdo como si hubiese sido esta mañana. ¿Y dónde fuiste? A casa de mi tío Manuel.

La tía María hizo un lío de ropa que el pescador había sacado, y este volvió trayendo del diestro la bestia. Entre todos colocaron encima a la enferma, la que, siguiendo amodorrada con la calentura, no opuso resistencia.

Don José se quedó lelo, frío, inerte, cuando oyó estas palabras, pronunciadas claramente por Isidora: «Todavía soy guapa..., y cuando me reponga seré guapísima. Valgo mucho, y valdré muchísimo más». Luego empezó a recoger tranquilamente algunas prendas de ropa que estaban arrojadas en diversos lugares de la estancia, y con ellas formó un lío.

Después de vagar pidiendo, por no perder la costumbre, fueron a la calle de San Carlos, y subió Benina a ver a Juliana, que allí le tenía su ropa, y se la dio en un lío, diciéndole que mientras gestionaban para que fuese recogida en la Misericordia, se albergara en cualquier casa barata, con o sin el hombre, aunque mejor le estaba, para su decoro, dejarse de compañía y tratos tan indecentes.

Sin embargo, nunca soñó él calzar el título de yerno de don Aquiles Vargas, que tanta fama de ricacho tenía, pues, lo cierto es, que más que a su viveza e ingenio debió tal ventura a las circunstancias especiales en que se hallaba colocada la aburridísima Gregoria; así es que, cuando se vió metido en aquel lío, que la mano de la fortuna desenredó bonitamente, y trasplantado de su modesta morada al caserón de la calle de Méjico, sintió mareos y algo así como un sentimiento de orgullo.

Hecho el lío de ropa, pasó el Tuerto su brazo izquierdo por debajo de los nudos, metió dentro de la gorra algunos mechones de pelo que le caían sobre los ojos, tiró de una bolsa de piel mugrienta que guardaba en un bolsillo de sus pantalones, sacó de ella tabaco picado, hizo un cigarro, encendióle en un tizón que le trajo su mujer, que lloraba, aunque en silencio, fijóse en los chicuelos que también lo rodeaban, y, haciendo un gran esfuerzo, dijo con voz insegura: ¡Ea!, sobre que ha de ser, cuanto más pronto.

Junto a la acera aguardaba un coche tirado por cuatro mulas vistosamente enjaezadas con borlajes y cascabeles. Garabato se había izado ya en el pescante con su lío de muletas y espadas. En el interior estaban tres toreros con la capa sobre las rodillas, vistiendo trajes de colores vistosos, bordados con igual profusión que el del maestro, pero sólo de plata.

El toro y el torero se miraron; lió éste el trapo tranquilamente, se echó el estoque a la cara y citó con el pie para recibir. Acudió la bestia, furiosa, y se clavó ella misma la espada hasta la empuñadura. Hubo un grito reprimido de entusiasmo en la plaza. El toro se quedó un instante inmóvil frente al torero, lanzó un débil mugido y se dejó caer desplomado sobre los brazos.

La huérfana estaba tan trémula y aterrada, que no dijo palabra, ni trató de huir, ni lloró siquiera. Creyó tener en derredor un círculo de asesinos. ¿Qué ha hecho? ¿qué hay? dijo uno. Que ha robao ese lío que lleva bajo el brazo. Muchacha, ¿donde has tomado ese lío? dijo el que la tenía asida. Clara no contestó A la cárcel con ella dijo uno de los presentes. ¿Dónde has tomado ese lío, muchacha?

-También se alegrarán -dijo el paje- cuando vean el lío que viene en este portamanteo, que es un vestido de paño finísimo que el gobernador sólo un día llevó a caza, el cual todo le envía para la señora Sanchica. -Que me viva él mil años -respondió Sanchica-, y el que lo trae, ni más ni menos, y aun dos mil, si fuere necesidad.

Palabra del Dia

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