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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Castro Pérez traía entre manos un negocio muy difícil, y se le iban las horas hojeando librotes y dictando alegatos. La tarea terminaba a las mil y quinientas, volvía yo a casa entre nueve y diez de la noche, y apenas podía conversar con Linilla unos cuantos minutos, y eso delante de las tías o del P. Herrera.... La víspera del viaje no hubo que ir al despacho.
Cuando para hacer rabiar a Pancha le hablo de esto, gruñe no sé qué perrerías, y dice: «¿Casarse la niña? ¡Dios nos ampare! ¡Si no hay gandul que se la merezca!...» ¿Tú qué dices de eso? Pues yo digo, replicó Angelina con viveza, ¡que lo que señora Francisca quiere, es que su Linilla se quede para vestir santos! Reía el señor cura y reíamos todos.
Es hombre que cumple lo que promete. Y entonces, Linilla: ¿qué más podremos desear? «¿Dices que no le dirás a tu papá que te amo y que me amas? Haz lo que te plazca. El deber y el amor filial aconsejan que no le ocultes nada; pero, a decir la verdad, como no tengo asegurado el porvenir, me parece inoportuno que le hables de eso. Sin embargo, repito, haz lo que te parezca mejor.
Pensaba yo en los míos, en mi pobre casita, en las buenas ancianas cuyo recuerdo me era tan querido, y en Linilla, en mi dulce Linilla. No, señorita... murmuré sonriendo. A las veces se me va el pensamiento hacia Villaverde, en busca de los que me aman.... Y más allá... más allá... detrás de esas montañas que atraen las miradas de usted.
Una posición modesta, modestísima, rayana en la pobreza, es cuanto deseo para que mis pobres tías pasen tranquilas los últimos años de su vida, y ¡nada más! Nada me seduce en el mundo como no seas tú, tú, Linilla, alma de mi alma, en quien cifro ilusiones y esperanzas, en quien he puesto todo mi cariño.
Hacemos mal en aborrecerla; si la empleáramos en hacer el bien, en aliviar los dolores ajenos, en consolar al triste y socorrer al necesitado, no pensaríamos que la vida es dura y que mejor sería no tenerla. ¡Perdóname, Linilla mía, perdóname! Es cierto que mi carácter es un poco sombrío y taciturno; lo conozco y no puedo remediarlo. ¡Qué quieres!
Entonces le contó a mi tía, muy en secreto, que la «muñeca» quería dejar el mundo y hacerse hermana de la Caridad. El santo sacerdote estaba muy triste. Todos temíamos que aquel monjío le costara la vida. ¡Hágase la voluntad de Dios! exclamaba. Yo me había soñado que Linilla y Rodolfo.... Pero, en fin.... ¡Vaya con la «muñeca»! ¡Dios me la trajo y Dios se la lleva!
Linilla me perdonaría, seríamos felices, viviríamos dichosos, y veríamos realizadas nuestras más bellas esperanzas. Pensando en estas cosas pasé dos o tres horas, en lucha conmigo mismo.
No, Gabriela; le dije, trémulo y sonrojado, estimo la confianza de usted; agradezco infinito la bondad con que usted me trata, la amabilidad con que me distingue... pero ¿qué decir de Linilla? ¿Que la amo con fraternal afecto? ¿Fraternal solamente? ¿Cómo a mí? Sentí que me ahogaba la emoción.
Así te quiero, así te soñé, así debes ser siempre con tu Linilla. «Tengo aquí en el corazón una cosa que me apena, y quiero decírtela; pero me falta tiempo para escribir.
Palabra del Dia
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