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Actualizado: 20 de junio de 2025
No tengo ningún amigo de mi edad: mis amigos son los jóvenes de la tuya, vivo con ellos, enamoro con ellos y escandalizo también con ellos este salón porteño en que hay muchas mujeres lindas y tanto tonto que se las lleva. Y, al terminar, don Benito me estrechó fuertemente en sus brazos y contra su pecho, y yo no pude contener las lágrimas que me saltaron a los ojos.
Leonor conocía que aquel hombre, siempre franco y leal, al volver a ella le restituía un corazón y un amor sincero que ya nadie le disputaba. ¡Leonor mía! ¿Querrás y podrás perdonarme? dijo, dejándose caer de rodillas ante su mujer. Esta selló con sus lindas manos los labios de su marido. ¿Vas a echar a perder lo presente con el recuerdo de lo pasado? le dijo.
Mi madre todavía era muy hermosa; nuestras camareras, y hasta nuestras meras criadas eran mas lindas que quantas mugeres pueden hallarse en el Africa toda; y yo era un embeleso, el epílogo de la beldad y la gracia, y era doncella; pero no lo fui mucho tiempo, que el arraez del barco me robó la flor que estaba destinada para el precioso príncipe de Masa-Carrara.
En una palabra, aquella comida, que había empezado tan lúgubremente, acabó de ser una brillante fiesta de cazadores y hombres de mundo, a la que la presencia de algunas lindas mujeres daba mayor animación.
Ya estoy despierta exclamé, incorporándome rápidamente. ¿Deseas casarte, Reina? ¡Si deseo casarme! ¡Vaya con la pregunta! Ya lo creo, y lo más pronto posible. Amo a los hombres, los quiero mucho más que a las mujeres, excepto cuando las mujeres son tan lindas como tú. No se debe decir que se ama a los hombres dijo Blanca con tono severo. ¿Por qué?
Y cuando las lindas transeúntes penetraban a la tienda, el dueño dejaba a sus amigos, saludaba a sus clientes con un efusivo apretón de manos, preguntaba a la mamá por ese caballero, echaba algunos requiebros de buen tono a las señoritas, tomaba el mate de manos del cadete y lo ofrecía a las señoras con la más exquisita amabilidad; y sólo después de haber cumplido con todas las reglas de este prefacio de la galantería, entraban clientes y tenderos a tratar de la ardua cuestión de los negocios.
¡Oh! si se pusiera toda aquella hermosura de Sol la que se pusiese tus camelias. ¿Quién, quién llegaría nunca a ser tan hermosa como Sol? ¡Qué lindas, qué lindas, son esas camelias! «Pero tú, ¿qué flores te vas a poner?». Yo, mira: Petrona me trajo unas margaritas esta mañana, estas margaritas. ¡Gentes, caballos, carruajes! Las cinco, las seis, las siete. Ya está lleno de gente el colgadizo.
¿No te duermes? volvió a preguntar Ricardo. Ya te he dicho que no quiero dormirme... ¡Me encuentro tan bien despierta!... El que duerme no padece, pero tampoco goza... Sólo es bueno dormir cuando se sueñan cosas lindas, y yo no las sueño casi nunca... Ahora me parece que estoy durmiendo y soñando... ¡Te veo de un modo tan raro!... Estoy viendo el cielo debajo y el mar encima.
JESSY. ¡Ni soñarlo...! Sentí que la vocación se adueñaba de mí, que iba a tener al fin algo que me interesara en la vida, que Dios me señalaba el camino que había de seguir... ¡Dios me había concedido unas piernas lindas...! Era para que se las enseñara a todos los amigos del señor Sautriot y para que el señor Sautriot se enorgulleciera de ello.
Luego se recostaron perezosamente en los sillones, y sus vestidos de muselina se levantaron un poco, muy poco, pero lo bastante, sin embargo, para dejar ver cuatro piececitos, cuyas líneas se destacaban claras y distintas bajo dos lindas cascadas de encajes blancos iluminados por la luna. Juan miraba aquellos pies y se preguntaba: ¿Cuáles son los más pequeños?
Palabra del Dia
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